viernes, 7 de octubre de 2011

Artículo de María Inés Carzolio




La investigación de los movimientos sociales en la Edad Moderna en los últimos treinta años: de la historia socioeconómica a la historia antropológica1.
María Inés Carzolio
Resumen:
Tres tradiciones historiográficas produjeron investigaciones acerca de los movimientos sociales en los últimos treinta años
En la historiografía francesa se había configurado un modelo sociológico estructural que dejaba poco espacio para la acción humana, que aparecía sujeta por constricciones estructurales derivadas de la geografía, la sociedad o de los marcos mentales. Ese modelo, adquiriría mayor rigidez por la evolución de la historia económica y del análisis marxista. Las polémicas en torno a la naturaleza de la sociedad de Antiguo Régimen, así como el cuestionamiento acerca de la homogeneidad de las clases sociales destruyeron dentro de la historia, consensos acerca de temáticas y metodologías que comenzaron a estimarse agotadas. A ello se sumaría una crisis común a las ciencias sociales. La investigación en historia social se encaminaría en adelante, con una creciente tendencia hacia la antropología, una fragmentación de los objetivos y de los campos de estudio, que de los movimientos sociales deriva hacia los marginales, los pobres, la prostitución, las mujeres, las sociedades del pensamiento, los sectores medios de la sociedad de Antiguo Régimen, los comportamientos. La historiografía española continuaría esos mismos derroteros.
Las otras corrientes historiográficas no manifestaron la crisis con igual intensidad.
Los historiadores marxistas ingleses intentaban ya por entonces, una interpretación alternativa de las categorías del materialismo histórico, prestando especial atención en sus investigaciones, a los aspectos culturales de la acción de los grupos populares.
La Social History norteamericana ha favorecido también un interés renovado por las expresiones culturales y simbólicas de las clases subalternas y su papel en los mecanismos de creación de identidades colectivas.

Abstract

Three historigraphical traditions have researched the social movements in the last thirty years The french historiography configured a sociological and structural model that left little space for the human action, because it appeared subjected to structural constrictions derived from geography, society or mental frames. That model will become more rigid in the economic history derived from the marxist analysis. The polemics around the nature of the society of Old Régime, as well as the question about the homogeneity of the social classes, destroyed internal historiographical consents about problems and methodologies that began to be considered as exhausted. To these factors, it should be added a more general crisis of social sciences. The investigation in social history would head from now on with a growing tendency toward the anthropology. This fragmentation of the objectives and of the study fields of social history drifts from the study of the social movements toward the marginal ones, the poor, the prostitution, the women, the societies of the thought, the middle sectors of the society of Old Régime and the behaviors. The spanish historiography would continue those same courses.
Other historiographical currents did not manifest the crisis with equal intensity.
English marxist historians attempted earlier on an alternative interpretation of the categories of the historical materialism, paying special attention in their investigations, to the cultural aspects of the action of the popular groups.
Social american History has also favored a renovated interest in the cultural and symbolic expressions of the subordinate classes and its paper in the mechanisms of creation of collective identities.

Palabras-clave: movimientos sociales - modelo sociológico-estructural - modelo
marxista - historia social - antropología histórica

Key-words: social movement - sociologic-structural pattern - marxist pattern - social history – anthropological history

En los años 60 y 70, el estudio de los movimientos sociales, de los grandes procesos, de los fenómenos colectivos, fue un campo frecuentado por la historia social en Francia y en los países anglosajones. Su amplio campo de investigación vio florecer así los productos de tres tradiciones o corrientes, diferenciadas por sus estrategias de investigación y por la diversidad de su producción. En la actualidad, si bien siguen apareciendo estudios acerca de los movimientos sociales, éstos aparecen de manera más aislada. ¿Cuáles son los factores que les ha restado centralidad dentro de las propuestas historiográficas?

De Braudel a la historia en migajas
En la Francia de los años 50 y 60 se impuso en la investigación histórica el método sociológico de matriz durkheimiana2 con abandono de
lo único, lo accidental (el individuo, el acontecimiento, el caso singular) para consagrarse sólo a aquello que podía ser objeto de un estudio científico: lo repetitivo y sus variaciones, las regularidades observables a partir de las cuales sería posible inducir leyes”.3

Esta perspectiva predominó durante la llamada segunda generación de la escuela – título muy discutido - de Annales, dominada por la figura de Fernand Braudel y su obra más famosa, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.4 Si bien en su modelo sociológico-estructural no está ausente la experiencia de las masas, en el espacio del entorno total y el tiempo de larga duración, tanto aquella experiencia como la acción humana quedan muy reducidas5. Se le ha acusado, consecuentemente, de un determinismo que parece confirmar cuando se refiere a las estructuras –noción que cobró en su época enorme difusión y predicamento- como formas coactivas.
Por estructura los observadores de lo social entienden una organización, una coherencia y unas relaciones bastante fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros, historiadores, una estructura es sin duda ensamblaje, arquitectura, pero más aún una realidad que el tiempo usa mal y transporta muy largamente. Ciertas estructuras, que viven mucho tiempo, se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: recargan la historia, estorban, puesto que lo dirigen, el transcurso. Otras se desmoronan con más facilidad. Pero todas son a la vez apoyos y obstáculos. Obstáculos, se marcan como límites (envoltorios en el sentido matemático), de los que el hombre y sus experiencias casi no pueden liberarse. Piénsese en la dificultad de romper ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de la productividad, o incluso algunas obligaciones espirituales: los marcos mentales son también prisiones de larga duración” 6
La adopción de una perspectiva globalizante, la de la historia total, se produjo en el contexto de un proceso sociopolítico e ideológico que padeció una profunda influencia del estructuralismo7, que difundiría en los años 60 un conjunto de principios de inteligibilidad de lo histórico y lo colectivo basados en dos premisas: 1) estudiar el mundo social “para establecer las relaciones que, independientemente de las intenciones de los individuos, gobiernan los mecanismos económicos, las relaciones sociales, las formas del discurso”, y 2) considerar que el objeto del conocimiento histórico y la conciencia subjetiva se encuentran radicalmente separados8. De acuerdo con ellas, el esquema interpretativo en los estudios correspondientes a los movimientos sociales modernos - que revelaban simultáneamente una preocupación por la conceptualización y la metodología - contenían los supuestos de que las acciones colectivas de protesta expresan a individuos de la misma clase social que actuaban motivados por intereses materiales y situaciones de opresión compartidos, y de que la protesta colectiva comenzaban con una “toma de conciencia”, vale decir, la interiorización de una ideología por parte de las clases sometidas, que deslegitimaba como injusta su situación de desigualdad. El corolario consistía, entonces, en insertar sus demandas en el marco de una ideología globalizadora que suponía la eliminación de la situación de injusticia social.
El modelo ecológico demográfico de Braudel coexistió con el modelo de análisis marxista de la lucha de clases. Se ha especulado acerca de la influencia del marxismo en Braudel y en sus colaboradores que parece ser más nítida en sus últimas grandes obras.9 Pero no es la única corriente que se detecta en la historiografía francesa de la segunda generación de los Annales, como ha sido llamada. En esa revista se acogió también a diversas muestras de historia cuantitativa, que entre los años 40 y 50 se expandió por obra de uno de sus principales colaboradores: Ernest Labrousse, con quien esta tendencia cobraría relevancia.10 Nuevas fuentes estimularon estudios estadísticos que se volcaron hacia la demografía, el estudio de los ciclos económicos seculares de fase A (inflación y crecimiento) y fase B (deflación y depresión) engendrados por fenómenos monetarios mensurables por el estudio de los precios, el comercio transatlántico. Este esfuerzo permitió el deslizamiento hacia modelos afínes a los de las ciencias duras, caracterizados por la medición, la serialidad, el cuantitativismo, la comparación, que dieron sus frutos mejores a partir de aquellos años paralelamente al florecimiento de una historia económica que combinaba tres planos de indagación: económico, político y social11. Con Labrousse y sus discípulos, se esperó encontrar en las fluctuaciones de los precios la explicación de las grandes explosiones sociales como la de 1789. Se formula así el modelo de la crisis económica de tipo antiguo, que tiene su punto de partida en las malas cosechas y el alza de los precios, generadora de motines contra el acaparamiento, lo que permitió el enlace con la problemática de las mentalidades y la historia desde abajo. En los años 60 y 70, triunfan en Francia también los estudios regionales que combinan las estructuras de Braudel, la coyuntura de Labrousse y la nueva demografía histórica, de papel destacado en los trabajos de Pierre Goubert12 y de Emmanuel Le Roy Ladurie. 13
Existía y era conocido en Francia en esos años, un modelo marxista basado en la lucha de clases, desarrollado por el historiador soviético Boris Porshnev en una obra publicada en ruso en 1948 y traducida al francés y publicada en 1963 por el Centre de Recherches Historiques, con el título de Les soulèvements populaires en France de 1623 à 164814. El modelo investigativo era semejante al labroussiano en cuanto a la consideración de factores como “…la situación económica de la población urbana francesa, la división social de esta población, determinada mentalidad”, que constituían las “causas” de los movimientos “plebeyos” del siglo XVII – manifestación de la lucha de clases - aunque las ocasiones de su explosión podían ser muy variadas por su relación directa con las causas reales. Porshnev críticaba a la historiografía “burguesa” francesa el hecho de que sólo veía
en estos movimientos síntomas pasajeros y provisionales del desajuste de la cosa pública, pero no una fuerza responsable de todos los cambios políticos y sociales en el orden establecido”.
El objeto de tal proceder sería el de desconocer el carácter de clase de los estados, ya que la tesis central del libro es la de que los movimientos sociales del campesinado y de los pobres de las ciudades que precedieron en veinticinco años a la Fronda, fueron
la verdadera base, y la única posibilidad, de todas las otras formas de oposición al régimen absolutista, incluyendo – […]- la de la aristocracia feudal.”15

Su premisa de que la fuerza de las masas populares era la fuerza motriz de la historia, comienza en cierto modo la “historia desde abajo”.16 Convencido de que las relaciones capitalistas hacen su aparición en Francia desde el siglo XVI, estima a estos movimientos como las raíces de la Revolución de 1789 y antecedentes de la Fronda.
Roland Mousnier, un historiador que tuvo presencia en la Revue Historique, y que por definición política era extraño al grupo de Braudel, colaboró, sin embargo con Labrousse,17 y publicó en 1967 un libro dedicado a las revueltas campesinas de Francia, Rusia y China en el siglo XVII18, en el cual amplía la perspectiva hasta hacerla alcanzar al continente eurasiático en su tratamiento comparativo19. No será extraña esta amplitud dentro de la propia obra de Braudel. Mousnier rebate la selección de Porshnev: las sublevaciones urbanas y rurales son numerosas en Francia desde los años 30 del siglo XVII, pródigo en alteraciones sociales. Su investigación se limitará sin embargo a algunos movimientos sociales20. Si bien está presente en su investigación la infaltable indagación acerca de las estructuras sociales – divergentes – no abreva en el marxismo sino en el weberianismo y el funcionalismo.21 Se prevé la existencia de semejanzas que podrían derivar de coyunturas parecidas los tres países tratados, con el objeto de precisar algunas hipótesis de investigación. Pero el conflicto no se plantea como lucha de clases:
Hay casos en que el grupo rebelde está constituido por una especie de corte vertical que pasa a través de todos los estratos sociales, como ocurre en Francia durante la Fronda”22.

Pero además, la estratificación social a la que se refiere está compuesta por grupos sociales muy diversos: las familias (linajes), los cuerpos y colegios (comunidades de oficio, cuerpos de “funcionarios”, universidades, academias, órdenes religiosas, etc.), las comunidades territoriales (aldeas, ciudades, señoríos, provincias, que expresaban su voluntad a través de asambleas, consejos, estados provinciales, presidentes, síndicos, señores, etc., poseedores de privilegios basados en la costumbre inmemorial) y los estratos sociales, que en las representaciones mentales de la sociedad, constituyen capas superpuestas en un orden jerárquico. Sin embargo, en la Francia del siglo XVII no puede identificarse estos estratos como castas que segmentan la sociedad según una segregación basada en un minucioso grado de pureza, ni como clases, pues en una economía de mercado, las clases están jerarquizadas según el papel que cumplen en la producción de bienes materiales y la acumulación que realizan en esa función. La Francia de los siglos XVI a XVIII es una sociedad de órdenes subdividida en estados, jerarquizados
según la estima, el honor, la dignidad asignadas por la sociedad a funciones sociales que pueden no tener ninguna relación con la producción de bienes materiales”.23

Aunque jurídicamente el sistema feudal existirá hasta la Revolución en esta sociedad, “las relaciones sociales están dominadas por la jerarquía de las dignidades y por las fidelidades” sin sanción jurídica. Se trata de una sociedad corporativa, de órdenes de Antiguo Régimen, donde todo hombre – y todo campesino – está condicionado por su pertenencia simultánea a varios cuerpos sociales (la aldea, el señorío) pero a la vez, dentro de un sistema de jerarquías en relación con la tierra24. Los campesinos mantienen una posición subordinada secundando a sus señores, por ejemplo, en defensa de las libertades provinciales en contra del poder central o de las ciudades, pero hay sediciones específicamente rurales contra el impuesto real, que vincula los intereses de los gentileshombres y sus campesinos25. La nobleza, los magistrados reales y los municipales son identificados en su obra como los actores principales de las revueltas populares importantes, ya urbanas, ya rurales, aunque en otros casos de menor relieve no se descubre otra participación directa que la de artesanos y campesinos.26 El impuesto real fue “la manifestación más sensible del estado moderno, centralizador, igualador y uniformador”, contra el que reaccionaban los rebeldes de todos los estamentos.27 Mousnier polemizaría con Labrousse sobre el principio de jerarquización de las sociedades del Antiguo Régimen por estimar abusiva la aplicación de unas categorías elaboradas para la sociedad industrial. Lo que se ventilaba en el debate era la definición de la naturaleza de la sociedad de la época: fundamentalmente social, si la sociedad dominada por antagonismos era una sociedad de clases, fundamentalmente política, si la sociedad enfrentada a la gestación del estado moderno es una sociedad de órdenes.28 Pero cierta polémica continuó en el seno mismo del grupo labroussiano.29
Los modelos aplicados a otros movimientos como el de los Comuneros castellanos, estudiado por Joseph Pérez30 o el que conduce a la secesión temporal de Cataluña, de la Corona de los Habsburgo hispanos, presenta variantes del labroussiano, aunque la utilización de elementos estadísticos es limitada. El primero caracteriza a la Comunidad desde tres puntos de vista: geográfico, político y social. Se trató de un movimiento que geográficamente “oponía el centro a la periferia”. Agrupó socialmente a la “burguesía industrial donde ésta existía” y otros sectores urbanos (artesanos, tenderos y letrados), en tanto “una fracción del campesinado aprovechó la coyuntura para tratar de liberarse de las servidumbres del régimen señorial” frente “a la burguesía mercantil y a la nobleza”, “cuyos intereses eran complementarios, asociadas a los beneficios del comercio de la lana”. Hace una cuidadosa ponderación de los protagonistas del movimiento, pero dentro de una sociedad de clases y no de órdenes, aunque concluye que no se trata de una lucha de clases. Políticamente “las Comunidades amenazaron los privilegios adquiridos por el patriciado urbano en la dirección municipal y elaboraron y pusieron en práctica una Constitución que limitaba estrechamente el poder real”. Se apoya en los trabajos de Pierre Vilar para afirmar que no se trató de una lucha de clases sino un conflicto de intereses, de categorías. Se habría tratado de una revolución “moderna”, posiblemente la primera y prematura, protagonizada por una burguesía todavía débil “que prefería la tutela de la Corona y la alianza con la aristocracia.31
La gravitación de Pierre Vilar, ligado al grupo de historiadores economistas y demógrafos de la revista Annales se hace sentir en la obra del hispanista inglés J. H. Elliott, autor de The Revolt of the Catalans-A Study in the Decline of Spain (1598-1640)32 en cuanto a la necesidad del conocimiento de las condiciones sociales, políticas y económicas de Cataluña bajo el gobierno de los Austria. Elliott emplea indistintamente los términos de órdenes y clases, pero reconoce la existencia de antagonismos sociales. La revolución catalana es producto, ante todo, del estallido del campesinado y de los pobres urbanos.
Toda la rabia y la amargura reprimidas de la población catalana, acumuladas durante tantas décadas, estallaron súbitamente en el verano de 1640 como consecuencia de la intrusión de un elemento extraño – la soldadesca – en la vida del principado. Se produjo una revolución social que comenzó en el campo y se extendió a los elementos más descontentos de las ciudades […] El odio del bajo campesinado y de los desheredados hacia los ricos campesinos y los nobles; la amargura de los que no encontraban trabajo en el campo; el deseo de venganza de los elementos de bandidaje contra los que lo habían reprimido; las antiguas enemistades entre la ciudad y el campo, entre los ciudadanos más pobres y las oligarquías municipales, e incluso la enemistad tradicional entre nyerros y cadells: todo eso estalló de repente y de forma explosiva en Cataluña cuando desapareció el gobierno y las fuerzas tradicionales del orden se mostraron demasiado confusas y vacilantes para actuar.”33
Pero la revuelta catalana habría prolongado la existencia de un viejo sistema,
el de la estructura desarticulada de Estados semi-autónomos encabezada por la Castilla postrada

que
perpetuó durante otros cincuenta años una forma de gobierno que que ya había comenzado a resultar anacrónica en la tercera década del siglo XVII”.34

Sin embargo, la polémica entre porshnevistas y mousnieristas no está definitivamente saldada aún. Roger Chartier ha recordado recientemente que
las sociedades son a la vez lo que piensan que son y lo que ignoran que son y que, por consiguiente la historia social debe necesariamente unir el estudio de las representaciones y el análisis de las posiciones objetivas.” 35

El modelo de historia social ligado a la historia económica, entró en crisis a fines de los años 70 y comienzos de los 8036 entre otros motivos porque en el momento cuando los instrumentos técnicos (registro, almacenamiento y tratamiento informático de datos) eran considerablemente más masivos que en el pasado, los interrogantes no se renovaron al mismo ritmo37. Pero sobre todo, porque se produjo en el campo de la historia social una tremenda expansión, que condujo a la fragmentación del mismo38. Tal fue el efecto del propio modelo braudeliano de la larga duración para François Dosse:
Al descomponer la unidad temporal, permitía el estudio de objetos heterogéneos, la fractura del tiempo, la historia en migajas”.39

Otros historiadores vieron en ello el agotamiento conjunto del paradigma económico social de inspiración marxista, del proyecto ecológico demográfico de Annales, y de la metodología cliométrica de origen estadounidense, debido “a la común incapacidad” para producir su pretendida “explicación coherente y científica del cambio histórico”, a lo que se sumaría la asunción de nuevos postulados teóricos, ontológicos y gnoseológicos propios del “pensamiento débil posmoderno”.40
La reflexión histórica francesa había aportado además otras objeciones de peso. El tratamiento de las rebeliones populares, de las cuales, las campesinas habían sido una subespecie, eran también el terreno predilecto de una historia nacionalista que pierde consenso por entonces.41 Pero asimismo, el utillaje conceptual se precisa y paralelamente se produce el cuestionamiento de trabajos realizados bajo los presupuestos epistemológicos anteriores. Una buena muestra de ello son las críticas y las precisiones en torno a los conceptos de campesino, de revueltas campesinas y de revueltas populares.42 Sin embargo, pese a la existencia de estas preocupaciones, aún siguen sin estar del todo claras las fronteras de este campo de estudio.43
Por otro lado, para la teoría sociológico-histórica de los estudios de la sociología funcionalista44 en boga en los 60, los movimientos sociales se derivaban “de las “tensiones” originadas por las disonancias cognitivas y valorativas entre los diversos sistemas sociales que coexisten en individuos afectados por un proceso de cambio social rápido o repentino”45. Aunque esta corriente no presentaba la visión negativa de los pensadores de las posguerras, como Ortega y Gasset o Eric Fromm, por ejemplo, compartía su desconfianza hacia los movimientos sociales, a los cuales consideraba reacciones patológicas en las que dominaba la emotividad y también los evaluaba como anormalidades que debían desaparecer con los reajustes del sistema46.
Los movimientos estudiantiles de las décadas del 60 y del 70 desautorizaron la interpretación funcionalista y
se comenzó al fin a considerar a los nuevos movimientos sociales en sí mismos, como conflictos con fines y estrategias propios, y a sus protagonistas como actores en busca de identidad”.47

Por otra parte, no se puede olvidar tampoco que las posguerras del siglo XX fueron campo propicio para la observación de movimientos sociales sin antecedentes como la revolución rusa, la larga marcha de los campesinos chinos, y en la segunda mitad del siglo, las guerrillas rurales vietnamitas y latinoamericanas, los movimientos de la gente de color, de los estudiantes, etc. Así son considerados en la sociología por la teoría de la movilización de recursos48 en Estados Unidos y por la teoría de las identidades colectivas49 –vinculada al marxismo - en Europa, que analiza la conducta de los actores colectivos en términos de acción racional. Desde ambas perspectivas, se cumplía un retorno a la política50, más que a la economía para explicar los movimientos sociales. Otros problemas planteados fueron las dificultades para lograr una explicación convincente de la carencia de homogeneidad en clases sociales concebidas a veces de manera esencialista, y de las rivalidades y conflictos internos en los movimientos. El concepto de clase se reveló como un instrumento de difícil aplicabilidad por la gran complejidad de los grupos que presuntamente la componían entre los siglos XVI y XVIII. No era menor el problema que planteaba la participación a veces escasa o contradictoria del campesinado (como sucedáneo del proletariado) en tales movimientos.51 La definición de los actores conducía a una categorización diferente de las rebeliones o de las revoluciones en cuanto a los motivos e intereses en juego. Por último, las dudas de los investigadores eran más radicales en cuanto la profundización de la indagatoria las revelaba más complejos y de ella se desprendían nuevos interrogantes respecto a la naturaleza de los fenómenos observados. Pese a las dificultades del modelo criticado, no surgió sin embargo, uno alternativo con similar capacidad de explicación global.
Los cuestionamientos alcanzaron también al marco interpretativo más corriente del estudio de los movimientos sociales, cuyo punto de partida consistía en definirlos en términos fundamentalmente ideológicos (vale decir, en cuanto a la doctrina que los inspiraba, sobre todo estudiada a través de los llamados “grandes pensadores” y de los programas e idearios doctrinales escritos) o jurídico-formales (el marco legislativo e institucional al que aspiraban o el que elaboraban, y los textos constitucionales). Tal marco fue puesto a prueba por la crítica de los historiadores sociales en los últimos años.52 También se tendió a considerar simplista por muchos, una interpretación que reconocía solamente a tres protagonistas colectivos (aristocracias, burguesía y proletariado), y mecanicistas, ciertas interpretaciones marxistas que reducían a dos los modelos posibles de revolución a partir de la modernidad: la revolución burguesa, que permitía el pasaje del feudalismo al capitalismo y la proletaria, del capitalismo al socialismo. Los estudios producidos en torno a la Revolución Francesa como crisis final del Antiguo Régimen, en especial, habían gestado un modelo de amplia difusión que se convirtió en una especie de “sentido común” histórico, blanco de críticas a partir de entonces.53
A partir de los años 70 se produce una reacción anticuantitativista con manifestaciones en las tres historiografías mencionadas al comienzo. Algunos historiadores que la habían saludado como expresión del futuro de las investigaciones históricas como E. Le Roy Ladurie, o como Lawrence Stone, produjeron un radical rechazo del modelo que habían desarrollado. El primero, que lo había empleado en Les Paysans du Languedoc54, lo niega para reconstruir la vida campesina y su universo mental en Montaillou, 55 una aldea francesa de los Pirineos a principios del siglo XIV, valiéndose de actas inquisitoriales, y para pintar la lucha de clases, primero simbólica y luego sangrienta en un pequeño pueblo en el actual Drôme, conocida a través de documentación municipal, en Le Carnaval de Romans, durante 158056, volcándose a una interpretación realizada con instrumental antropológico. Ambas obras señalarían nuevos rumbos para la investigación de los movimientos sociales en Francia. Tras su huella, el estudio de los movimientos sociales deriva hacia los marginales, los pobres, la prostitución, las mujeres, las sociedades del pensamiento, los sectores medios de la sociedad de Antiguo Régimen, los comportamientos…La historia social francesa coincide con la fragmentación de los objetivos y de los campos que parece arrastrar a la disciplina histórica.
Al mismo tiempo se produjeron otros regresos llamativos. El gran protagonista colectivo pasó a ser sustituido a veces por el retorno del individuo, que emerge como prioridad en el análisis de los fenómenos sociales, frente a estructuras y modelos abstractos y frente a los protagonistas colectivos de la historia social57. Son los hombres y sus estrategias, más que las determinaciones estructurales globalizadoras, los agentes de los procesos históricos58. Reaparecen los hombres y mujeres comunes con capacidad de protagonizar la historia59.

Un breve apunte sobre la historiografía española acerca de los movimientos sociales de la modernidad.
El estudio de los movimientos sociales en España reconoce un antecedente fundamental en el trabajo de Jaime Vicens Vives sobre la guerra de los pageses de remensa60.
Movimiento tópico del nacionalismo castellano, el de los comuneros de Castilla atrajo la atención de muchos estudiosos, pero el trabajo de J.A. Maravall inauguró las explicaciones sociales del movimiento urbano burgués, agente precoz de un ideario político protonacional y progresivo que patentizaría una primera y temprana crisis de la modernidad en España61. Sin embargo, la obra de Maravall, muy centrada en los aspectos políticos de la rebelión, carece de un análisis detallado de las burguesías urbanas, en el cual ahondaría Joseph Pérez. Por su parte, J.I. Gutiérrez Nieto insistiría en el carácter antiseñorial de la rebelión y en el apoyo campesino a la misma62. Por último, las comunidades castellanas fueron examinadas desde las perspectivas de una sociología interesada por el análisis del cambio social, la sociología histórica63. Pablo Sánchez León, para quien
La única forma de comprobar una hipótesis, y no de simplemente ilustrar un modelo abstracto, es presentarla convenientemente especificada para el caso histórico que se trata de analizar.”64

realizaría este intento que no ha hallado muchos seguidores en el ámbito español.
El modelo de Labrousse en el análisis de una rebelión fue empleado por José M. Palop en el estudio de las crisis de subsistencias valencianas del siglo XVIII65, cuya novedad esencial es la hipótesis del viraje de una política tradicional y paternalista de protección al consumidor, hacia políticas cerealistas marcadas por el liberalismo económico.
Pero el mayor historiador social de la modernidad española en los últimos decenios fue Antonio Domínguez Ortiz, a quien se le reconoce indudable independencia respecto de las corrientes historiográficas francesas. Aunque sus investigaciones se dirigieron sobre todo a las estructuras66 más que a los movimientos sociales67, no dejó de indagar acerca de los movimientos populares68.
Dos trabajos relativamente recientes marcan las orientaciones cultivadas por los modernistas españoles: los de P. L. Lorenzo Cadalso y Eva Serra y Puig. Para el citado historiador, aunque la conformación de la monarquía centralizada domina los conflictos de la época, serán sus motivos la oligarquización y el cierre sociales a que conduce la supresión de la participación popular impulsada por la nobleza y consentida por la Corona, la reacción señorial que impone el sometimiento jurisdiccional, la intervención en el gobierno municipal y el aumento de la presión económica sobre las clases populares.69 La “revuelta de los segadores”, que estalla en 1640 tiene – para Eva Serra i Puig 70- como ingrediente esencial “la continuitat i el pes de les inmemorials fórmules organitzatives d´autodefensa bienal de pagesos i vilatans (sometents, sagramentals, via fores, o mans armades locals) no és gens dubtosa”.71 Estas alternativas reproducen las que parecen predominar en general en la historiografía europea.

La historia social como historia protagonizada por la multitud en los historiadores marxistas británicos
Desde la primera mitad del siglo XX, el marxismo propuso una historia social desde abajo72 defendiendo por un lado, la centralidad del sujeto colectivo (las clases sociales) que pertenecía a los estratos “inferiores” (las multitudes, las masas), y por el otro, cambiando el modelo de conflicto de la vieja historia política, al interpretar los enfrentamientos políticos en redes de intereses socio-económicos, marginando entre los factores significativos, las orientaciones doctrinales –aunque no en todos los casos - y las motivaciones psicológicas. El modelo marxista fue el inspirador de muchos historiadores sociales, sobre todo de los historiadores marxistas ingleses como Christopher Hill, George Rudé, E.P. Thompson y Eric Hobsbawm.
Los nombrados, que intentaban ya una interpretación alternativa de las categorías del materialismo histórico, se preocuparon por el uso racional de la violencia popular durante la Revolución Francesa73, en la práctica de la “economía moral” de la multitud74 o en las protestas ludistas75, que impulsarían una revisión de la historia social británica, precediendo a la microhistoria italiana76 y a la Alltagsgeschichte77 alemana, con métodos narrativos próximos, para dar razón de las lógicas peculiares de individuos o de pequeños grupos. Lo que significa que rechazaban la excepcionalidad de los movimientos sociales, atribuyendo a los del pasado las mismas características que se asignaba a los contemporáneos. Pero además, se trata de autores que desde comienzos de los años 60 ponían especial atención a los aspectos culturales de la acción de los grupos populares y atribuían un peso especial a la cultura, actitud que van a compartir otros estudiosos ingleses como Raymond Williams, Christopher Hill y George Rudé.
Con ellos el marxismo sometería a crítica sus propias carencias y elaboraría el análisis del concepto de clase, desechando la idea de la homogeneidad de la misma e introduciendo el estudio de los intereses que impulsaban a los colectivos sociales implicados en los movimientos. El resultado impuso la realidad de la existencia de fenómenos interclasistas, acerca de la cual cierto marxismo respondería con la catalogación de ideológicamente “confusos78, en lugar de procurar su comprensión.
Las clases son los actores de las primeras obras de Ch. Hill79, las cuales se centran en la Inglaterra del siglo XVII. La aristocracia y la burguesía, conscientes de sí y representando respectivamente al feudalismo y al capitalismo, son las protagonistas de La revolución inglesa, 164080, en la que la segunda sería la vencedora y inconscientemente o no, conduciría al dominio del capitalismo que la fortalecería y cuyos intereses, si bien eran idénticos a los de la nación –leyenda liberal – también beneficiaron a las masas populares81. Años más tarde, el análisis de las clases sociales en los siglos XVI y XVII sirve a Hill para mostrar la transformación de las relaciones agrarias en la sociedad inglesa, en la producción manufacturera, el gobierno, las relaciones exteriores, la religión y la vida cultural en otra de sus obras fundamentales82. Su interés se vuelca entonces hacia la clase media83 y lo que llama el pueblo llano84, dependiente del trabajo asalariado. Una reflexión particularmente interesante es la que desarrolla en sus estudios acerca de los orígenes intelectuales de la revolución inglesa del siglo XVII, que “no tuvo ningún Jean-Jacques Rousseau o Karl Marx”.85 Su objetivo será la detección de las ideas que ejercieron mayor atracción sobre los “sectores medios” de la población, los mercaderes, los artesanos y los pequeños propietarios rurales”86, a quienes se debe “las realizaciones políticas y artísticas de la nueva Inglaterra.”87 Su originalidad: no buscará los ideales inspiradores de la revolución en el pensamiento político de los grandes personajes ni en la cultura de la elite. Tales ideas se revelan ajenas al ambiente académico o científico del siglo XVII inglés. Proceden del puritanismo religioso, pero no exclusivamente.88 También de algunos espíritus audaces del entorno de Thomas Cromwell, que subvirtieron la doctrina de la jerarquía social, predicando la igualdad entre los hombres y defendiendo una carrera abierta a las personas de talento, idea puesta en práctica por el círculo de Oliverio Cromwell, 89 o Sprat, que en su History of Royal Society declaró que “el tráfico y el comercio elevaron a la humanidad más que cualquier título de nobleza”.90 Muchos de los que gravitaron en el mundo de las ideas de su tiempo tenían orígenes humildes como Sir Thomas Smith, hijo de un ganadero protestante,91 como el mercader Thomas Mun, o como Garrard Winstanley, que compartía ideas con W. Petty y con Harrington. 92 La tolerancia religiosa veneciana, su nobleza dedicada a los negocios, su influencia científica, así como la reflexión política de los hugonotes franceses (D´Aubigné), y de los protestantes de los Países Bajos, aportaron elementos imponderables…93
Por último, una parte de los trabajos de Ch. Hill, tal vez los más atractivos, están dedicados a
aquellos episodios e ideas de la revolución inglesa que desde un determinado punto de vista son secundarios, de las tentativas por parte de diversos grupos del pueblo llano por imponer sus propias soluciones a los problemas de su tiempo, en oposición a los deseos de sus superiores, que los habían convocado a la acción política”.94

Los niveladores, los cavadores, los seeckers, los ranters, los hombres de la Quinta Monarquía, integraron movimientos sociales y religiosos – políticos en esa época – que constituyeron una alternativa no victoriosa a la revolución burguesa.95
Si la burguesía y el pueblo llano son los actores de las principales obras de Ch. Hill, la “multitud” es la protagonista de las de George Rudé96, pero aquella que “los sociólogos han denominado la “turba agresiva” o el “estallido hostil”, es decir las que están implicadas en actividades tales como huelgas, revueltas, rebeliones, insurrecciones y revoluciones, dentro del lapso comprendido entre 1730 y 1850 – años de transición en a la nueva sociedad “industrial” – en la historia inglesa y francesa.97 Diferencia los disturbios de la sociedad industrial – huelgas, y otras disputas laborales o reuniones públicas masivas y manifestaciones dirigidas por organizaciones políticas – cuyos objetivos tienden a estar bien definidos y a ser suficientemente racionales, y cuyos participantes son preferentemente trabajadores asalariados u obreros industriales, de los “estallidos” de la era preindustrial. El modo típico de protesta social de esta forma transicional –que él prefiere llamar “preindustrial”- es la revuelta del hambre y no la huelga del futuro, ni el movimiento milenarista o la jacquerie campesina del pasado. Sus participantes son a veces campesinos, pero más a menudo se trata de lo que en Inglaterra llaman lower orders o clases inferiores y en Francia menu peuple y en 1790 sans-culottes98. Turba o populacho para los historiadores conservadores como Burke o Taine, y “pueblo” para Michelet, en ambos casos se trata de estereotipos que presentan a la muchedumbre como una abstracción. Se trata de hombres que componen bandas errantes “inflamados tanto por el recuerdo de derechos consuetudinarios o la nostalgia de pasadas utopías como por aflicciones actuales o por esperanzas de progreso material”, que practican “una ruda pero eficaz “justicia natural” rompiendo vidrios, destruyendo maquinarias, asaltando mercados, quemando efigies de sus enemigos del momento, incendiando parvas de heno y “echando abajo” sus casas, granjas, cercos, molinos o tabernas, pero rara vez cobrándose alguna vida”. Estas revueltas – que se transforman a veces en rebeliones o revoluciones están animadas por lo que más adelante llamaría E. P. Thompson, la economía moral de la multitud.99
La muchedumbre no es un mero conjunto de individuos para G. Rudé - que extrae instrumentos de la sociología funcionalista que abreva en a Marx y Weber100- y tampoco es irracional, voluble y destructiva como afirmaba la psicología social. Para comprenderla propone una metodología cuyo primer paso será colocar el hecho tratado en su adecuado contexto histórico, en segundo lugar, establecer las coordenadas del fenómeno: su magnitud, las características de su actuación, individualizar a sus promotores, sus participantes y sus conductores. En tercer lugar se deberá determinar sus blancos para iluminar los objetivos sociales y políticos, los motivos e ideas subyacentes de quienes adhirieron a él, en cuarto lugar, indagar acerca de la eficacia de las fuerzas represivas, las de la ley y el orden – y por último preguntarnos acerca de su significación histórica. Este programa, guiado por un interés pionero acerca de los de abajo fue ampliamente cumplido en sus obras.
A las fuentes tradicionales, Rudé sumó un análisis cuantitativo detallado, elaboraciones teóricas, comparación de procesos y se preocupó por la identificación ideológica de los seres humanos singulares que actuaron, en las revueltas provinciales y rurales inglesas y francesas del siglo XVIII, las revueltas urbanas, y los disturbios industriales, la muchedumbre de la Revolución Francesa de 1789 y la de 1848, los movimientos rurales ingleses de comienzos del siglo XIX y el cartismo. La revolución de 1848 es para él, el momento-gozne que concluye el período dominado por la multitud que reacciona espontáneamente y que mira hacia el pasado, al de las que avanzan hacia la protesta social moderna101.
Pero ha sido en particular el historiador E. P. Thompson quien intentó llevar dinamismo al análisis de la lucha de clases, preocupado por el determinismo económico dominante en algunos estudios sociales102 y quien logró, junto con Hobsbawm, mayor repercusión. Al explicar la elección del título de su libro, Thompson afirma
Formación, porque es el estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción como al condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación”.

Thompson escribió la historia de una clase – no clases trabajadoras, de connotaciones descriptivas - como fenómeno histórico.
No veo la clase como una “estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas”.

La clase es una relación histórica, vale decir, el producto proteico de una relación real, que cobra existencia
cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes…sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos (y habitualmente opuestos a) los suyos”103.

En otras palabras, la clase es una formación social y cultural, integrada por los propios individuos y sus experiencias, concepción que se separa netamente del determinismo economicista que el marxismo ortodoxo sostenía, y del estructuralismo, para el cual los individuos como agentes activos de los movimientos sociales desaparecen en el seno de las estructuras de las que forman parte, incluso sin saberlo104.
Uno de los objetivos expresos de La formación…fue el de combatir una excesiva esquematización de la conformación de la clase obrera, hasta reducirla a la ecuación
energía de vapor + sistema industrial= clase obrera. Cierta clase de materias primas, como la “afluencia de los campesinos a las fábricas”, se elaboraban para producir una cierta cantidad de proletarios con conciencia de clase. Yo polemizaba contra esta noción para mostrar que existía una conciencia plebeya reflejada en nuevas experiencias de existencia social, las cuales eran manipuladas en forma cultural por la gente, dando origen a una conciencia transformada. En este sentido, las cuestiones que se planteaban y parte del bagaje teórico que se utilizaba para responderlas, surgieron de este preciso momento ideológico”105

Se preocupa así por el papel de la cultura popular en su constitución 106 que surge de procesos que
sólo pueden estudiarse mientras se resuelven por sí mismos a lo largo de un período histórico considerable107.

La formación de la clase obrera entre 1790 y 1830
se revela en el desarrollo de la conciencia de clase; la conciencia de una identidad de intereses a la vez entre todos esos grupos diversos de población trabajadora y contra los intereses de otras clases”.

y también
en el desarrollo de las formas correspondientes de organización política y laboral”108
La experiencia es para E.P. Thompson la categoría analítica fundamental en el tratamiento de la acción humana, que hace posible que la estructura se transmute en proceso y permite que el sujeto vuelva a ingresar en la historia.109
Tanto Tradición, revuelta y conciencia de clase110 como Costumbres en común111 giraron en torno al tema de la cultura plebeya, campo de conformación de la identidad de las clases subalternas, de la costumbre, legitimadora de una economía moral defendida en confrontación con los grupos sociales que intentaban trastrocar sus normas. Esa cultura plebeya les permitiría resistir la hegemonía cultural de las clases dominantes, desafiándolas en el comportamiento cotidiano, en el conflicto y en el campo simbólico, con amplia y expresa recurrencia a la guerra simbólica.112
Su obra estuvo y está sujeta a fuertes críticas, pero fundó una línea investigativa acerca de la cultura de sectores populares que tuvo una amplia repercusión internacional.
La producción historiográfica de Eric Hobsbawm abarca un espectro muy amplio de la problemática histórica de los siglos modernos y contemporáneos.113 Ha sido uno de los cultivadores de la perspectiva de la historia desde abajo como central y a través de ella ha abierto nuevas áreas de estudio como la de los rebeldes primitivos - con una reconceptualización de lo político - de la historia de la clase obrera y de los conflictos rurales, no detectados hasta sus trabajos. Enfocó la historia del trabajo como historia de la clase obrera, no limitada a los trabajadores organizados y a sus organizaciones y líderes, sino guiada por las experiencias de las clases trabajadoras.114
En “The Machine Breackers”115 rechaza la interpretación del movimiento ludista como una reacción irracional frente a la miseria para identificar la destrucción de las máquinas y el amotinamiento con los términos modernos de sabotaje y acción directa, así como las acciones de los destructores, en el análisis de la lucha de clases, demostrando que el estrago, aunque no proporcionó la victoria, no era un arma completamente ineficaz.
Hay por lo menos dos tipos de destrucción de máquinas, bastante diferentes de la destrucción ocasional en los motines normales contra las alzas de los precios o por otras causas de descontento, (…). El primer tipo no supone una hostilidad hacia las máquinas como tales, sino que constituye, en determinadas condiciones, un medio normal de presión sobre los patronos. Como se ha señalado correctamente, los luditas de Nottinghamshire, Leicestershire y Derbyshire “utilizaban los ataques contra la maquinaria, (…), como un medio para obtener de sus patronos unas concesiones con respecto a salarios y otros asuntos”. Este tipo de destrucción fue un aspecto tradicional y reconocido del conflicto industrial en el período del sistema doméstico y manufacturero, y en las primeras etapas de la fábrica y de la mina.”
……………………………………………………………………………………………
Ahora debemos examinar la segunda clase de destrucción, considerada como la expresión de la hostilidad de la clase obrera hacia las nuevas máquinas introducidas por la revolución industrial, sobre todo hacia las que permitían ahorrar trabajo. Por supuesto, no cabe duda acerca del enorme sentimiento de oposición contra las nuevas máquinas; un sentimiento bien fundado, según la opinión de una autoridad tan grande como la de Ricardo. Sin embargo, cabe hacer tres observaciones. Primero, esta hostilidad no fue tan indiscriminada ni tan específica como a menudo se ha supuesto. Segundo, con excepciones locales o de distrito, en la práctica esa hostilidad resultó sorprendentemente débil. Por último, de ninguna manera se limitaba a los trabajadores, sino que era compartida por la gran masa de la opinión pública, incluidos muchos industriales.” 116

Abrió un campo nuevo en la historia de los movimientos sociales. Si bien sus libros acerca de los Rebeldes primitivos117 y los Bandidos118 debería considerarse aquí en términos cronológicos estrictos, por tratarse de movimientos “arcaicos” tratan de supervivencias mal adaptadas de formas de vida propias del Antiguo Régimen que fracasan con el avance del capitalismo y por ello tienen interés para los modernistas. En el primero estudió lo que Antonio Gramsci llamaba “movimientos apolíticos de protesta”119. Con la excepción de las hermandades rituales del tipo carbonario, todos los fenómenos estudiados
pertenecen al universo de los que no escriben ni leen muchos libros – muchas veces por ser analfabetos - ; que muy pocas veces son conocidos por sus nombres, excepto de sus amigos, y en este caso suelen serlo tan sólo por su apodo; hombres, en fin, que generalmente no saben expresarse y a los que pocas veces se entiende, aun cuando son ellos quienes hablan”.

Se trata de gentes prepolíticas, que no han dado
con un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes al mundo.”
Pese a ello,
cuando se les compara con los (movimientos) que llamamos modernos, ni carecen de importancia ni son marginales”.

Sus protagonistas son hombres y mujeres que no han nacido en el mundo del capitalismo, que
llegan a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo que resulta todavía más catastrófico, les llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia, por el operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no tienen control alguno”

Otras, mediante la conquista, revoluciones y cambios fundamentales en el sistema imperante cuyas consecuencias no alcanzan a comprender aunque las hayan impulsado. Su problema
es el de cómo adaptarse a la vida y luchas de la sociedad moderna 120.
Esta afirmación es una nota común en las obras de los historiadores ingleses contemplados aquí: el interés por los vencidos en los procesos transicionales. Hobsbawm no cree en la existencia de una crisis de la ciencia histórica, sino en cierta manera de hacer historia. Esa parece ser una postura corriente entre los historiadores ingleses.
La Social History norteamericana
Existe una tercera corriente en la historia social, cuyo exponente más visible en la historia moderna es la historiadora norteamericana Natalie Zemon Davis.121 Esta autora caracterizaría a su práctica como nueva historia social que fragmenta la clase con los grupos – categorías de edad, género, linaje, patrocinio, raza, religión – indaga sobre su formación y su relación con aquélla, interpreta las relaciones como procesos simultáneos y sistémicos (de dominación/resistencia, de rivalidad/complicidad, de poder y de intimidad) y las describe como redes de intercambio de bienes, ideas e influencia122.
Los acontecimientos tienen un lugar en esta historia social, ya sea
porque ejemplifican cómo lo estipulado y lo contingente se entrelazan en la historia”
ya sea
porque muestran el ensamblaje de las partes, la manera en que los criterios culturales acaban modelando los procesos sociales”.

Los factores variables que le interesan

“…son la mayor parte de las veces culturales: los medios de transmisión y recepción, las formas de percepción, la estructura de los relatos, los rituales u otras actividades simbólicas y la producción de los mismos”

No requieren un tratamiento cuantitativo, sino una lectura, una traducción o una interpretación, que cobra sentido a través del análisis etnológico123.
Como E. P. Thompson explora las formas de comportamiento colectivo y los rituales de violencia de los grupos urbanos con el fin de explicar la racionalidad que las subyace. En el caso de Zemon Davis, al compromiso político debe agregarse sus creencias personales, que la llevaron a interesarse por el estudio social de la Reforma en las ciudades francesas en el siglo XVI. Desde el comienzo se apartó de las corrientes marxistas de los años 50, por su interés en relacionar las creencias religiosas con los movimientos políticos coetáneos y con la extracción de clase de los protagonistas. Pero desde la década del 70 se orientó hacia la antropología social y cultural. Así compuso los diversos trabajos que integran Les cultures du peuple: rituels, savoir et resistance au XVIe siècle124 planteando el estudio de la sociedad y de la cultura de Francia en los comienzos de la Edad Moderna con un método común: el de construir una historia desde abajo, de la sociedad campesina y urbana –especialmente la de los grupos más humildes – a través de sus expresiones culturales, interpretando sus formas de vida y de asociación, como recursos y modos por medio de los cuales se relacionaban con el mundo que los contenía. Las fuentes que emplea - como las que utiliza E. P. Thompson, con quien mantiene intereses paralelos125 acerca de la interpretación de las representaciones ritualizadas de la cultura plebeya - son mucho más variadas que las empleadas por los estudios cuantitativistas en boga hasta los años 60. Se trata de registros penales y judiciales, listas de beneficencia, contratos notariales, listas militares y de hacienda, pues
algunas formas de vida en asociación y de comportamiento colectivo son instrumentos culturales en vez de simples elementos de la historia de la Reforma o de la centralización política”, pues “un rito iniciático de oficiales artesanos, una organización festiva pueblerina, una reunión no protocolaria de mujeres con motivo de un parto, o de hombres y mujeres para contarse historias, o un alboroto callejero podían “leerse” de forma tan provechosa como un dietario, un opúsculo político, un sermón o un conjunto de leyes126”.

También como Thompson, se interesa por las historias particulares, por el rescate de las “vidas de personas”127 en coincidencia con el regreso de la narrativa – y con novedades metodológicas como las que implica la microhistoria, que atiende a los contenidos y formas de expresión de la política popular128 - y del acontecimiento, así como de la historia política129 que, ampliada y comprehensiva desde los años 80, requirió también el concurso de una historia textual y del lenguaje, para la exploración del vocabulario y del universo de ideas y representaciones, de la memoria de los rebeldes130.
Esta corriente ha favorecido también un interés renovado por las expresiones culturales y simbólicas de las clases subalternas y su papel en los mecanismos de creación de identidades colectivas.

El estudio de los movimientos sociales en los últimos años
No parecen abundar nuevos intentos de análisis sociológicos los movimientos sociales por parte de los historiadores modernistas del tipo de los que se realizaban en Francia hasta los años 70.
La tendencia general en el tratamiento de los movimientos sociales por parte de historiadores parecen seguir las sendas de E.P. Thompson y de Natalie Zemon Davis, en cuanto a que parece verse en la conformación de la monarquía centralizada de los siglos XVI y XVII, el mayor núcleo conflictivo que provoca una multifacética y variopinta diversidad de movimientos sociales, populares o no.
Sin embargo el estudio de los movimientos sociales de los tiempos contemporáneos ha cobrado inusitada amplitud. Los movimientos de la década del 70 favorecieron una crítica metodológica que aprovecharon sobre todo los historiadores marxistas ingleses, pues fueron capaces de superar las identidades tradicionales de clase para reconocer otras formas de agrupación y redes de relaciones por las cuales los individuos se reconocen como miembros de una colectividad. 
 
1 En esta reseña del estudio de los movimientos sociales en los últimos treinta años – aunque excedemos a veces ese límite cronológico- nos fue preciso limitar la cantidad de historiadores cuyas obras recordamos por razones de espacio y de temáticas, motivo por el cual sabemos de antemano que se le podrán achacar importantes omisiones.
2 Francois Simiand, “Méthode historique et science sociale”, Revue de synthèse historique, 1903, apud Jacques Revel, ob. cit., ob. cit., p. 43 y nota 4.
3 Jacques Revel, ob. cit., ob. cit., p. 43. Pero no es su único componente. Santos Julia, en Historia/Sociología histórica, Siglo XXI de España Eds. S.A., Madrid, 1989, p. 4-9, establece la influencia del magisterio de Paul Vidal de la Blache y sus Annales de Géographie.
4 La Méditerranée et le monde méditerranéen a l´époque de Philippe II, 1949 [Traducción española, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vol., F. C. E., México, 1953, por la que se citará]
5 Es en los ritmos lentos de la segunda parte de El Mediterráneo… [Prólogo a la edición francesa p. XVIII] –entre la inmovilidad geológica del tiempo geográfico y el tiempo individual, tiempo corto del acontecimiento y de los hombres- que Braudel entiende hacer “una historia social…historia de los grupos y de las agrupaciones”, de las estructuras, de los destinos colectivos…, en una palabra, de los movimientos de conjunto”.
6 F. Braudel, “Histoire et sciences sociales. La longue durée”, traducción de E. Ripoll Perelló en M. Aymard, “Estructuras”, Diccionario Akal de ciencias históricas, dirigido por A. Burguière. También reitera la idea en El Mediterráneo…, II, “Conclusiones”, p. 545: “Cuando pienso en el individuo, me inclino siempre a verlo aprisionado en un destino sobre el que poco puede hacer”. Una matización y relativización de esas críticas en Peter Burke, The French Historical Revolution. The Annales School, 1929-1989, 1990 [Traducción española: La Revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales: 1929-1989, Gedisa editorial, Barcelona, 1994, pp. 43-47] y Harvey J. Kaye, The British Marxist Historians, Polito Press-Basil Blackwell, Oxford, 1984 [Traducción española:Los historiadores marxistas británicos, Universidad de Zaragoza, 1989, pp. 203-204]. Mientras P. Burke cuestiona la crítica acerca de la ausencia de los hombres en El Mediterráneo…, entre otras cosas recuerda la manera en que realiza penetrantes retratos individuales en la tercera parte de su obra, acepta la presencia de cierto determinismo. Por su parte, H. Kaye relaciona el concepto de mentalidad con la exclusión de las relaciones humanas de los acontecimientos, la conciencia, la acción y la política, como firme obstáculo para hacer historia desde abajo, recuerda sin embargo que las experiencias de los campesinos y otros grupos de trabajadores son las actividades humanas más importantes en el libro.
7 El término estructura tuvo un sentido fuertemente polisémico y en variados campos de las ciencias sociales. Ver un ejemplo de su aplicación por Braudel en la nota 4.
8 Roger Chartier, “Le temps des doutes”, suplemento especial “Pour comprendre l´Histoire”, Le Monde, 18 marzo 1993, p. VI, apud Elena Hernández Sandoica, Los caminos de la historia. Cuestiones de historiografía y método, Síntesis, Madrid, 1995, p. 53 y p. 69, nota 109
9 Particularmente en Civilisation matérielle et capitalismo (1979) [Versión española: Civilización material, economía y capitalismo. S. XV-XVIII, Madrid, Alianza, 1984]. Se lo acusó por ello de oportunismo. Sobre las convergencias y divergencias con el marxismo, ver Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Convergencias y divergencias entre los Annales de 1929 a 1968 y el marxismo. Ensayo de balance global”, Historia Social, nº 16, primavera-verano 1993, pp. 115-141.
10 P. Burke, ob. cit., pp. 57-60; S. Julia, ob. cit., pp. 13-21, en su relación con la nueva historia económica.
11 La historia económica hecha por historiadores cuyo objetivo más allá de la economía era la sociedad, creció en la década de los años 30. Fue el gran momento de la historia de los precios, sin mayores preocupaciones acerca de modelos teóricos pero sí por el hallazgo de archivos que guardaran suficientes datos para construir largas series, aunque utilizaran conceptos de la economía política. La historia económica se preocupa por las fluctuaciones de precios entre los siglos XVI y XIX, como la hace François Simiand, E. J. Hamilton en American Treasure and the Price Revolution, 1501-1650, Octagon Books, New York, 1934 [Traducción española: El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650, Ariel, Barcelona, 1975]. Pero permitiría la formulación de programas como el de L´histoire des prix et des salaires en Flandre et au Bravant du XIVe au XIXe siècles, dirigido por Ch. Verlinden (1959-1973), los trabajos de Huguette y Pierre Chaunu sobre la navegación atlántica en su Seville et l´Atlantique, los de demografía histórica de Pierre Goubert y de Louis Henry, entre otros. Ver F. Furet, “Lo cuantitativo en historia” en J. Le Goff y P. Nora (comps.), Hacer la historia, Barcelona, 1978, vol. 2, p. 56, F. Mendels, “Cuantitativa (Historia)” Diccionario…. Sobre el desarrollo de la demografía aplicada a los estudios históricos, ver Burke, ob. cit. p. 60; J. Dupâquier, “Demografía histórica”, Diccionario…. El movimiento no fue solo francés.
12 Alumno de Georges Lefebvre, fue autor de obras pioneras que asumían una perspectiva desde abajo, como Les Paysans du Nord (París, 1924) y Le grande peur de 1798; les foules révolutionnaires (Armand Colin, 1988) [Edición castellana, El gran pánico de 1789. La Revolución Francesa y los campesinos, Barcelona, 1986].
13 Les Paysans du Languedoc París, 1976. Le Roy Ladurie había sido un defensor de la sustitución del acontecimiento por la serie. En Faire l´histoire, dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora, afirmaría que “sin cuantificación no hay historia cientifica” (Ver Julián Casanova, La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona, 1988, p. 57).
14 Una edición abreviada fue publicada por Flammarion, París, en 1972 [Traducción castellana de esta última: Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII, Siglo XXI Editores, Madrid, 1978], p. 241. La fecha de la traducción francesa es sintomática en cuanto a la polémica que se desarrollaría entre Labrousse y Mousnier.
15 B. Porschnev, “Prefacio” ob. cit., p. 2-3.
16 B. Porschnev, “Prefacio” ob. cit., p. 21
17 P. Burke, ob. cit., p. 63.
18 Roland Mousnier, Fureurs paysannes- Les paysans dans les révoltes du XVIIe siècle (France Russie, Chine), Calmann-Lévy, París, 1967 [Traducción castellana, Furores campesinos. Los campesinos en las revueltas del siglo XVII (Francia Rusia, China), Siglo XXI de España editores, colección “Historia de los Movimientos Sociales”, Madrid, 1976]. Aludido por B. Porshnev [ob. cit., p. 26-27] como uno de los representantes de la historiografía burguesa de la Fronda, va a polemizar con sus puntos de vista.
19 Roland Mousnier, ob. cit., p. 7-10. Expresa una propuesta de trabajo implícita en la colección Les grandes vagues revolutionnaires, de la cual formó parte originariamente su volumen: “Las revueltas se encienden por toda la tierra y debería ser una empresa colectiva de historiadores de todos los países investigar las características de dicho movimiento.”
20 Se referirá a las rebeliones de los croquants, los Nu-Pieds y de la Baja Bretaña, los disturbios rusos del primer Dimitri, de Bolotnikov y de Stenka Razin, y a dos chinas contra los Ming.
21 P. Burke, ob. cit., p. 63. En Sociology and History, 1980 [Traducción al portugués: Sociología e História, Edicoes Afrontamento, pp. 60-61], contrasta las posiciones marxista de Porshnev y weberiana de E. Mousnier, quien también empleó la teoría sociológica funcionalista-estructural de la acción social, privilegiando los aspectos estáticos de las sociedades sobre los dinámicos.
22 Roland Mousnier, ob. cit., p. 13
23 Roland Mousnier, ob. cit., p. 14-15
24 Roland Mousnier, ob. cit., p. 31-34
25 Roland Mousnier, ob. cit., p. 47. Objetada la existencia de “clases”, también se objeta que “la explotación ilimitada de la mano de obra campesina” sea “la esencia objetiva del Estado absoluto”, es decir, su función. [Idem, p. 280]. Se trata aquí de una refutación a las afirmaciones de Porshnev, que se citan de modo casi textual. Ver B. Porshnev, ob. cit., “Prefacio” p. 31.
26 Roland Mousnier, ob. cit., p. 283.
27 Roland Mousnier, ob. cit., p. 289. Esa habría sido también la causa principal de las rebeliones rusas [Idem, p. 290] en tanto que un Estado debilitado habría permitido en China que se acentuaran los conflictos entre órdenes [Idem, p. 291]
28 Jean-Claude Perrot, “Préface”, en Hugues Neveux, Les révoltes paysannes en Europe, XIVe-XVIIe siècle, ALBIN MICHEL, París, 1995, p. 30.
29 Ver Y. Lequin, “Social (Historia)”, en Diccionario… En tanto P. Vilar definía la burguesía por la sola propiedad de los medios de producción y la explotación libre del trabajo asalariado, E. Labrousse afirmaba la existencia de una burguesía de talentos de uso público y privado, M. Vovelle atendía a la prueba de inter-matrimonio para descubrir los límites o la apertura de una clase social, L. Bergeron describe la complejidad del mundo de los capitalistas…
30 La Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521), tesis doctoral del autor, editada en francés en 1970 y traducida al castellano y editada por Siglo XXI, Madrid, 1977
31 J. Pérez, ob. cit., pp. 682-683 y nota 2, donde manifiesta su intención de seguir las advertencias de Pierre Vilar en cuanto a distinguir entre conflictos de intereses y conflictos de clase. Ello no obstante, Pérez es deudor de J.A. Maravall en cuanto al enfoque político de la rebelión, como movimiento precoz y progresivo.
32 Cambridge University Press, 1963 [Traducción española: La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640), Siglo XXI de España Editores, S. A., Madrid, 1977, por la que se citará]. En el “Prefacio”, Elliott hace presente su agradecimiento a Pierre Vilar por haberle prestado “el manuscrito de su gran libro La Catalogne dans l´Espagne moderne” (p. 1), así como expresa su satisfacción de haber coincidido en Barcelona con un reducido grupo de jóvenes historiadores, que bajo la dirección de Vicens Vives estaba estudiando un problema similar al que se proponía como tema de investigación (p. 2).
33 J. H. Elliott, ob. cit., p. 409.
34 J. H. Elliott, ob. cit., p. 484.
35 Roger Chartier, “Las líneas de la historia social”, Historia Social, nº 17, otoño de 1993, pp. 155-157. Para este autor, la concepción de lo social “No se puede limitar a la clasificación socioprofesional (como pensaba Labrousse) ni a la escala de prestigio y honor adjunto diversos estados y condiciones (como pensaba Mousnier). Otros principios de diferenciación plenamente sociales son, por ejemplo, las pertenencias sexuales, generacionales, territoriales, las adhesiones religiosas, las tradiciones educativas, las costumbres de oficio. Estas afirmaciones han obligado a los historiadores a reconocer que los individuos, los grupos, las sociedades deben ser estudiados desde las representaciones y desde el análisis de las posiciones objetivas.
36 Aunque no para la generalidad de los historiadores, ya que se constituyó una nueva historia económica que se independizaría de la historia social. No obstante, nuevos trabajos, que ligaban estrechamente conflictos sociales y fluctuaciones económicas se publicaron. Un ejemplo de ello es el de José Miguel Palop Ramos, Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (Siglo XVIII), Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1977.
37 Jacques Revel, ob. cit., ob. cit., p. 44. Jean-Claude Perrot, ob. cit., en Hugues Neveux, ob.cit. , pp. 11-12, informa de cierta pérdida de fe en la cuantificación de los eventos medievales o tempranomodernos por la excesiva rareza de la información, a pesar del afinamiento metodológico que se produce a través de los trabajos de la revista Histoire et mesure, que permitió establecer a pesar de todo algún intervalo de confianza. Pero anota que “Les preplexités actuelles sont bien plus radicales; elles concernent la nature des phénomènes observés”.
38 O. Zunz, “Introduction”, en O. Zunz (comp.), Relivind the past. The worlds of social history, Chapell Hill, 1985, p. 4, apud Santos Juliá, Historia social/sociología histórica, Siglo XXI de España Editores, S.A., Madrid, 1989, p. 23, nota 5: “la historia social se convirtió enseguida en lo que los historiadores-sociales decidieron escribir”
39 Francois Dosse, L´Histoire en miettes. Des “Annales à la “nouvelle histoire”, éditions La Découverte, 1987 [Traducción española: La historia en migajas, Edicions Alfons El Magnànim, Valencia, 1988, p. 163].
40 Julián Casanova, ob. cit., pp. 110-114, llama a interpretar cada hecho en su contexto, a reconstruir la “historia de la sociedad”, contra la reducción de la tarea del historiador a una mera colección de evidencias. Anota como causa de la crisis de la historia, la del status científico y contenido de la sociología. Resume también los principales argumentos del artículo del historiador británico Lawrence Stone, “The revival of narrative: reflections on a new old history”, Past & Present, nº 85, november 1979, 1) el agotamiento del modelo sociológico estructural dominante a causa de tres conjuntos de fenómenos: a) desilusión ante su determinismo económico demográfico, b) su relegamiento de los factores intelectuales, culturales, religiosos, psicológicos, y políticos como meramente epidérmicos, c) la creencia de que la historia social estableció claramente el vínculo entre cultura y sociedad, pero fracasó el intento de reducirlo a un esquema único, o de subordinar lo cultural a “las fuerzas impersonales” de la producción material y del crecimiento demográfico, d) los factores de la historia tradicional no deben volver a constituirse en el centro del relato histórico, pero no tienen por qué ser desechados. Ver también E. Moradiellos, “Últimas corrientes en historia”, Historia Social, nº 16, 1993, pp. 97-113. El artículo de Stone provocó una intensa polémica, pues una consecuencia del retorno de la narrativa, que también postulaba, significaría el alejamiento entre la historia y las ciencias sociales cuyos análisis fuesen irreductibles a la narrativa y por consiguiente, la imposibilidad de la interdisciplinariedad.
41 J.-C. Perrot, ob. cit., en Hugues Neveux, ob. cit., pp. 19-34, pasa revista a distintas formas de historia “nacionalista” y de reivindicación de identidades regionales en Francia y Alemania, que consideran las revueltas campesinas a través del filtro de preocupaciones que les fueron ajenas.
42 Perez Zagorin, Rebels and rulers, 1500-1660, Syndicate of the press of the University of Cambridge, 1982 [Traducción castellana, Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna, 2 vol., Cátedra, Madrid, 1982] afirmaba todavía que tres razones impulsaban a comparar las revoluciones: el deseo de realizarlas, el de prevenirlas y el de que su “comprensión es una condición indispensable para un conocimiento y una comprensión completos de la sociedad”. Sobre esos puntos ver Hugues Neveux, “Qu´ entendre par révoltes paysannes?”, ob. cit., pp. 35-70, con un registro de las condiciones que a lo largo del tiempo, los historiadores han exigido para la definición de un determinado movimiento social como campesino, vale decir, si el movimiento se define por la composición social de sus participantes, por su ideología, por sus objetivos, si pueden ser considerados movimientos campesinos ciertas micro-revueltas y ciertas formas de resistencia más pacíficas,… Tampoco ha logrado consensos acerca del concepto de campesino la multiplicación de los estudios de economía agraria, ya que muchos de ellos partían de una imagen del campesino del siglo XIX, que se avenía mal con las realidades del medioevo o de la modernidad.
43 Ver Joaquín Pérez Ledesma, “Cuando lleguen los días de la cólera” (Movimientos sociales y teoría histórica)”, en M. Montanari, E. Fernández de Pinedo, M. Dumoulin y otros, Problemas actuales de la historia, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1993, pp. 141-188.
44 Neil Smelser, Theory of Collective Behavior, New York, Free Press, 1963
45 M. Pérez Ledesma, ob. cit., ob. cit., pp. 142 y sig.; José Alvarez Junco, “Aportaciones recientes de las ciencias sociales al estudio de los movimientos sociales”, en Carlos Barros editor, Historia a Debate,3 vol., Santiago de Compostela, 1995, III, p. 102. Para Gianfranco Pasquino, “Movimientos sociales” en Norberto Bobbio, Nicola Mateucci y Gianfranco Pasquino, Dizionario di política, Unione tipografico-editrice torinese, Turín, 1976 [Traducción castellana, Diccionario de política, 2 vol. Siglo XXI editores, 1983, por la cual se cita], esta línea reflexiva acerca de los movimientos sociales continúa la de los clásicos que como Le Bon, Tarde y Ortega y Gasset, que se preocuparon por la irrupción de las masas en la escena política y ven en el comportamiento colectivo de la multitud, “una manifestación de irracionalidad, una ruptura peligrosa del orden existente, anticipándose a la sociedad de masas”.
46 Observación de Edward P. Thompson , The Making of the English Working Class, New Cork, Vintage, 1966, Preface, 1 [Citamos por la traducción castellana: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 2 vol., 1989, p. XV, nota 1]. El autor hace notar que N. J. Smelser, ob.cit., considera la conciencia de clase y “cualquier cosa que perturbe la coexistencia armoniosa de grupos que representan diferentes “papeles sociales” (y que de este modo retrasen el desarrollo económico) se debe lamentar como un “indicio de perturbación injustificado”.
47 José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 102-103. “…pronto hubo que reconocer que ni en los protagonistas de los nuevos movimientos se daban las características de marginación, desajustes emocionales y anomia a las que recurría el funcionalismo para interpretarlos (por el contrario, se producían más bien entre capas sociales privilegiadas, futuras elites en formación), ni los conflictos estaban motivados por contradicciones de clase o por “contradicciones secundarias” del capitalismo que a su vez podrían servir de espoleta para la revolución proletaria, según se obstinaban en explicar los marxistas.”
48 José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 103-104. Destaca este autor la superior formalización teórica del modelo por los sociólogos en los años 70 y 80, a partir de las obras de Anthony Oberschall, Social Conflict and Social Movements, Englewood Cliffs, N.J., Prentice Hall, 1973, y de John McCarthy y Mayer Zald, The Trend of Social Movements in America: Professionalization and Resource Mobilization, N.J., General Learning Press, 1973. Estima que a grandes rasgos, las características comunes de los movimientos serían: a) el surgimiento de un movimiento social de protesta no puede explicarse por el mero hecho de que existan conflictos de intereses o agravios previos, ya que cualquier relación de poder crea permanentemente este tipo de motivos para la reivindicación y no por ello estalla la protesta social. Las movilizaciones requieren que se produzcan cambios en los recursos, la organización o las oportunidades para la acción colectiva. b) Los grupos sociales que se movilizan persiguen determinados objetivos que consideran beneficiosos (en términos materiales o en términos de su reconocimiento como protagonistas políticos). Pero suponen costos y riesgos. El cálculo de costos y beneficios implica toma de decisiones racionales. c) No hay diferencia entre la acción colectiva institucional y la no institucional. Ambas se basan en conflictos de intereses, que gracias a su elaboración ideológica y a su orientación hacia objetivos políticos por parte de las elites dirigentes se convierten en pugnas por el poder político, en ambos casos, institucionalizado. Tampoco hay diferencia en la necesidad de organización.
Pero al aislarse de fenómenos sociales más globales y llevarse al estricto terreno de lo político, renuncia a entender el por qué, reduciendo en exceso la complejidad del fenómeno.
49 Gianfranco Pasquino, en Norberto Bobbio, Nicola Mateucci y Gianfranco Pasquino, ob. cit., ob. cit., describe otra línea de pensamiento que con Marx, Durkheim y Weber veía en los movimientos colectivos una modalidad de acción social “diversamente inserta e inserible en la estructura total de su reflexión”, ya indiquen: a) el paso a formas de solidaridad más complejas, b) la transición del tradicionalismo al tipo legal-burocrático, c) el pródromo de la explosión revolucionaria, respectivamente. J. Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 107-108, cree que la teoría de la movilización de los recursos permitiría estudiar los movimientos sociales contemporáneos desde ángulos que renuncian a responder acerca del por qué de las movilizaciones pero que explican el proceso que las hizo posibles. La teoría se vinculaba a la tradición marxista de la “conciencia de clase”, estudiada por Edward P. Thompson (The Making of the English Working Class, New Cork, Vintage, 1966) en el caso del proletariado inglés, pero que aquel historiador rechazó explícitamente. Ver nota 24
50 El nuevo aprecio por la historia política de la Europa moderna condujo a los estudios sobre el poder y sus múltiples manifestaciones en los 90. Ver Xavier Gil Pujol, “La historia política de la Edad Moderna, hoy: Progresos y minimalismo” y José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., p. 108.; Historia a debate, T. III, pp. 195-208. Una opinión adversa a este retorno, J. Casanova, ob. cit., p. 114 y sig.
51 Las investigaciones se centraron sobre todo el papel de las elites, en la necesidad de una dirigencia nobiliaria o burguesa para la supervivencia de los movimientos rurales o urbanos. Porshnev, Mousnier y Hill ilustran tres posturas diferentes respecto de ello. Ya se ha visto la posición de Mousnier al respecto. Para Porshnev, (ob. cit., p 116) la lucha de clases separa a la nobleza de la burguesía, de los pobres urbanos y del campesinado, pero la lucha antiseñorial remite por la urgencia de la lucha antifiscal. Vale decir, que se da una coincidencia de intereses entre gentilhombres y campesinos entre 1643 y 1645, que explican la atenuación de las acciones antiseñoriales de la guerra campesina de los años 1636 y 1637. Para Ch. Hill (La revolución inglesa. 1640, p. 46) postula un antagonismo semejante, pero más matizado. Fue la burguesía urbana y rural la que condujo la revolución en alianza con grupos inferiores del campesinado y de la población urbana. Pero ante la radicalización de algunos de aquéllos, una vez logrados sus objetivos, la burguesía se dio por satisfecha abandonando a sus aliados. En la compilación de J. H. Elliott, Roland Mousnier, Marc Raeff, J.W. Smit y Lawrence Stone, historiadores provenientes de distintas tradiciones historiográficas, reunidos en Preconditions of Revolution in Early Modern Europe, The Johns Hopkins Press, 1970 [Traducción española: Revoluciones y rebeliones de la Europa moderna, Alianza Universidad, 1984, p. 24-25] la participación de la elite –neutralidad o apoyo – es una precondición necesaria para el triunfo de una revuelta o revolución, más allá del “descontento social” y de la “miseria económica”, que por sí solas no parecen haber provocado ninguna de las cinco conmociones que se estudian en el libro. Para E.P.Thompson, (“¿Lucha de clases sin clases?” en Tradición, revuelta y consciencia de clase, Crítica, 1984, pp. 13-61) marxista antiestructuralista, los “plebeyos” (campesinos, pobres urbanos), no formaban una clase porque no tenían conciencia de clase y por consiguiente, la solidaridad vertical prevalecía sobre la solidaridad horizontal. Sin embargo, hubo rebeliones “plebeyas”, pero siempre sujetas a la hegemonía de la gentry, circunstancia de la cual es consciente la plebe.
52 José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., 97-111. Si bien el autor se refiere a movimientos obreros del siglo XIX, sus observaciones pueden ser el punto de partida para reflexiones cronológicamente más amplias.
53 Se trata por ejemplo de trabajos como el de Albert Soboul, Comprender la Revolución francesa, Crítica, Barcelona, 1983. Al referirse a las raíces ilustradas de la Revolución, comenta las razones por las cuales era inevitable la radicalización de la lucha: “El reformismo ilustrado no podía dejar de fracasar porque, lo mismo que el absolutismo ilustrado, no tocaba las estructuras básicas tradicionales de la economía y de la sociedad”. Refiriéndose al La civilisation de la Révolution francaise, t. 1: La crise de l´Ancien Régime [Arthaud, 1970], Francois Furet, en Penser la Révolution francaise [Pensar la Revolución Francesa, Ed. Petrel, Barcelona, 1980], p. 118, comenta: “Desde las primeras páginas está claro que todo el siglo es una crisis; que todos los elementos de análisis, en todos los niveles de la historia, convergen hacia 1789 como si estuviesen aspirados por el coronamiento inevitable que los funda a posteriori: “La filosofía al articularse íntimamente en la línea general de la historia, en concordancia con el movimiento de la economía y la sociedad, ha contribuido a esta lenta maduración que se transformó bruscamente en revolución coronando el Siglo de las Luces” (p. 22)”. Su interpretación del siglo XVIII francés, según Furet, se basa en dos supuestos: 1) El siglo XVIII se caracteriza por una crisis general del Antiguo Régimen que ponen en evidencia los indicadores de la evolución a todo nivel de la realidad histórica, afirmación tautológica y/o teleológica, 2) Esta crisis es de naturaleza social y debe ser analizada en términos de conflicto de clases, lo que lo lleva a compartir la visión de uno de los protagonistas, Sièyes.
54 Mouton, 1966, edición completa; Flammarion, 1969, edición abreviada.
55 París, 1975 [edición castellana, Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, Taurus, Madrid, 1981]. Emplea las actas inquisitoriales levantadas por Jacques Fournier, obispo de Poitiers, durante la investigación de un caso de herejía entre 1318 y 1325.
56 Gallimard, 1979. La investigación se basa en abundante documentación procedente de archivos municipales.
57 Jacques Le Goff, “Les retours dans l´historiographie française actuelle”, Historia a debate, T. III, pp. 157-165 y p. 163
58 Un ejemplo de ello sería la compleja metodología empleada por Michelle Perrot, Les ouvriers en grève, France 1871-1890, para rescatar al individuo. Ver Custodio Velasco, “Premisas conceptuales y metodológicas de Les ouvriers en grève, France 1871-1890 de Michelle Perrot: Contribución al análisis de la sociología histórica”, Historia a debate, T. III, pp. 113-120. En el mismo tomo, Xavier Gil Pujol, ob. cit., ob. cit., p. 198, afirma que “El retroceso de explicaciones más o menos abstractas o colectivas, funcionalistas o estructuralistas, aquejadas todas de cierto determinismo y de despersonalizar los procesos históricos, ha propiciado que la acción humana recuperara una atención que en cierta medida había perdido” y califica al hecho de “rehumanización de la Historia”.
59 Xavier Gil Pujol, ob. cit., ob. cit., p. 198. Hace notar que este enfoque no excluye el reconocimiento al peso de las acciones de protagonistas más visibles y prominentes, los políticos en general.
60 Historia de los remensas en el siglo XV, Barcelona, 1945; El gran sindicato remensa (1488- 1508). La última etapa del pleito agrario catalán durante el reinado de Fernando el Católico, Madrid, 1954.
61 Las comunidades de Castilla, Madrid, Revista de Occidente, 1963.
62 Las comunidades como movimiento antiseñorial, Planeta, Barcelona, 1973.
63 Pablo Sánchez León, Absolutismo y comunidad. Los orígenes sociales de la guerra de los comuneros de Castilla, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1998.
64 P. Sánchez León, ob. cit., p. XIII. El autor realiza paralelamente a la rigurosa fundamentación metodológica y epistemológica de su hipótesis, una detallada narración de los acontecimientos, que considera “tarea irrenunciable si se aspira a hacer fructífera la reflexión teórica e historiográfica que da sentido a la investigación.”
65 Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (Siglo XVIII), Siglo XXI de España editores, Madrid, 1977.
66 Recordemos La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955, ampliada y reeditada bajo el título de Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Istmo, Madrid, 1973. La vastedad de su obra y la multiplicidad de sus intereses obliga a remitir a la bibliografía realizada por A. L. Cortés Peña en Historia Social, nº 47 (2003), pp. 131-156.
67 Sin embargo, debemos recordar su Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973, reeditada por la Junta de Andalucía en 1999. Su atención a los grupos rebeldes hizo que R. García Cárcel (“Antonio Domínguez Ortiz, un historiador social”, Historia Social , nº 47 (2003), pp. 3-8) opinase que en este libro estaba “más cerca de del Hobsbawm de los Rebeldes primitivos que de la historiografía de las revueltas de los Hill o Soboul, en aquel momento tan de moda”
68 “Les mouvements populaires en Andalousie au XVIIe siècle”, en Mouvements populaires et consciente sociale, Colloque de la Université de Paris VII-CNRS (1984), CNRS, París, 1985, pp 295-301, “ Repercusiones en Sevilla de los motines de 1766”, Archivo Hispalesnse, Sevilla, 217 (1988), pp. 3-13, “ Precedentes del bandolerismo andaluz” en El bandolero y su imagen en el Siglo de Oro. Coloquio internacional celebrado en Madrid en 1989, U.A.M., Madrid, 1991, pp. 21-29.
69 Ob. cit., passim
70 Revoltes populares contra el poder de l´ Estat, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1992.
71 “Segadors, revolta popular i revolució política”, ob. cit., pp. 44-57
72 Fue el historiador francés Georges Lefebvre quien acuñó la expresión, quien propuso “mirar los acontecimientos desde abajo y no solo desde arriba, lo que constituye la condición misma de la historia social”. Ver J.-P. Hirsch, “Lefebvre, Georges, 1874-1959”, Diccionario…
73 La Revolución Francesa; The Crowd in the History, New York, John Willey, 1964 [Traducción española: La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848, Siglo XXI editores, México, 1971]
74 En especial, los trabajos reunidos en Customs in Common, The Merlin Press. Ltd., Londres, 1991 (Traducción castellana: Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1995, por la cual se citará). Ver también trabajos mencionados en la nota 6.
75 Eric Hobsbawm, Primitive Rebels. Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20 th Centuries, New York, Norton, 1959 [Edición castellana, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Crítica, 2001].
76 Entre la abundante historiografía desarrollada en torno a la microhistoria cabe destacar la bibliografía recopìlada sobre el tema por Darío G. Barriera, “Hansel y Gretel visitan Turín. Pistas bibliográficas para desandar la experiencia michohistórica”, en Ensayos sobre microhistoria, Darío G. Barriera (comp.), RED UTOPÍA, A.C. jitanjáfora, Mºrelia Editorial Red 2002-Prohistoria, Michoacán, 2002, pp. 263-286.
77 Historia de la vida cotidiana.
78 E.P. Thompson, La formación de la clase obrera, I, p. XIV-XV y nota .1. Rechaza tanto la cosificación de la clase y la deducción de la conciencia de clase que debería tener, que permite pasar fácilmente de ésta a alguna teoría de la sustitución: “el partido, la secta o el teórico que desvela la conciencia de clase, no tal y como es, sino como debería ser”, como la negación de su existencia o la interpretación de la conciencia de clase como perturbadora de la armonía social, que se deriva de la teoría sociológica funcionalista de Smelser. Pero sus definiciones fundamentales acerca de su concepto de clase debe buscarse sobre todo en “La sociedad inglesa del siglo XVIII ¿Lucha de clases sin clases?” en traducción castellana: Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Crítica, Barcelona, 1984, pp. 13-61.
79 Ch. Hill representa una primera generación de historiadores marxistas ingleses en la que, como anota Harvey J. Kaye, (Los historiadores marxistas británicos, Universidad de Zaragoza, 1989, p. 99 y ss.) a la que pertenecieron también Maurice Dobb (Studies in the Development of Capitalism, Londres, 1946 [Edición castellana, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Siglo XXI, México, 1985]) y A.L. Morton, (A People´s History of England, Londres, 1979)].
80 Su primer ensayo importante acerca de ella fue The English Revolution, 1640, Londres, 1946 [Traducción castellana, La revolución inglesa, 1640, Anagrama, Barcelona, 1978]. En él sostiene la tesis de que la revolución inglesa de 1640 fue burguesa. El poder feudal de Carlos I, derrocado violentamente, pasaría a la clase burguesa y permitiría el desarrollo del capitalismo. La guerra civil fue una guerra de clases. Provocaría profundos debates entre los marxistas ingleses por la caracterización del modo de producción en Inglaterra en el siglo XVI como feudal – concepción que más adelante corregiría - y la base clasista de la monarquía inglesa. Su estudio se distinguió de los de otros historiadores por ser una interpretación social. Si bien ése es su modelo inicial, no cesó de modificarlo, como resultado de su continuo desarrollo del análisis de la lucha de clases. Eric Hobsbawm apreció su legado como no determinista por cuanto no redujo la historia al mero interés económico o a “intereses de clase”, ni devaluó la política ni la ideología, que como la historia social de las ideas fue una de sus preocupaciones primordiales (citado in extenso por H.J. Kaye, ob. cit., p. 118). Como declara en “¿Unas exequias prematuras?” en VV. AA., A propósito del fin de la historia, Debats, Valencia, 1994, p. 25-26, modificó profundamente su expresión desde los años 50, pero no sus convicciones: “Cuando empecé a escribir sobre la historia inglesa deseaba fervientemente demostrar que a mediados del siglo XVII había tenido lugar una transformación revolucionaria; con el tiempo, he abandonado mi costumbre de utilizar la terminología marxista, que hoy considero totalmente inadecuada. Blandía entonces los términos “feudal” y “burguesía” como armas de guerra. Muchos historiadores ingleses piensan que el término “burguesía” debe reservarse para referirse a los habitantes de las ciudades. Puesto que la mayoría de los que se sentaban en la Cámara de los Comunes eran propietarios rurales, resultaba inútilmente provocador llamarle burgueses – aunque sus actuaciones se orientaban a lo que iba a venir en el siglo XVIII, cuando (en palabras de Edgard Thompson) la agricultura fue “la mayor industria capitalista de Inglaterra”. Después de mediados de los cincuenta, he sido – espero – más cuidadoso y menos estridente.
He cambiado, pues, mi vocabulario pero no creo haberme alejado demasiado de mi concepción fundamentalmente “marxista” sobre la Inglaterra del siglo XVII”.
81 Ch. Hill, La revolución inglesa, 1640, pp. 15-17
82 Ch. Hill, Revolution to Industrial Revolution: A Social and Economic History of Britain. 1530-1780, Harmondsworth, Penguin. 1969 [Traducción castellana: De la Reforma a la Revolución Industrial. 1530-1780, Ariel Historia, Barcelona, 1980].
83 Ch. Hill, De la Reforma…, pp. 60-61. “En la clase media incluyo a la mayoría de los mercaderes, a los artesanos ricos, a los yeomen y a los colonos acomodados.” Se diferenciaba de la gentry y de las oligarquías gobernantes de Londres y las grandes ciudades por la carencia de privilegios, y de la masa formada por los pobres rurales y urbanos y los vagabundos, por ser económicamente independientes
84 Ch. Hill, De la Reforma…, pp. 62-67.
85 CH. Hill, Intellectual Origins of the English Revolution, Oxford University Press, 1965 [Traducción castellana, Los orígenes intelectuales de la revolución inglesa, Crítica, Barcelona, 1980, Introducción, p. 8]
86 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p. 14.
87 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p. 19
88 Ch. Hill, De la Reforma…, pp. 216-237. Las creencias religiosas y su contribución al desarrollo de las revoluciones inglesas son contempladas en interacción con lo económico, lo intelectual y lo político. Las ideas religiosas influyeron en la teoría política acerca del contrato social. Es preciso ver muchos de sus artículos no traducidos sobre este aspecto, recopilados en su libro Puritanism and Revolution: Studies in Interpretation of the English Revolution of the 17th Century, Secker and Warburg, Londres, 1958 y Change and Continuity in Seventeeth Century England, Londres, Weinfeld and Nicolson, 1975
89 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p. 360
90 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p.362
91 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p. 365
92 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, p. 367
93 Ch. Hill, Los orígenes intelectuales…, “Conclusión”, pp. 359-425
94 Ch. Hill, El mundo trastornado…, p.2]
95 Ch. Hill, El mundo trastornado…, pp. 3-4.
96 Sobre la formación académica e ideológica de George Rudé, admirador de Ch. Hill, de E Hobsbawm y de E.P. Thompson, que se relacionó también con la tradición historiográfica marxista francesa de Georges Lefebvre, Albert Soboul y Richard Cobb, ver Julián Casanova, La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona, 1988, “Las caras de la multitud: Geoge Rudé, marxismo e historia”, Historia Social, nº 19, primavera-verano 1994, pp. 141-143, así como H. Kaye, “George Rudé, historiador social” en G. Rudé, El rostro de la multitud [ Título original The face of the crowd. Studies in revolution, ideology and popular protest, Harvester-Wheatshead, 1988], pp. 15-77
97 George Rudé, La multitud…, “Introducción”, pp. 12-13.
98 George Rudé, La multitud…, p. 210.
99 George Rudé, La multitud…, “Introducción”, pp. 14-24. J. Casanova, ob. cit., p. “Lo que Rudé anticipaba en 1964 era confirmado por E.P. Thompson en 1971…”
100 George Rudé, La multitud…, nota 9, invoca a R. W. Brown, “Mass Phenomena”, en Handbook of Social Psicology, 2 vol., Cambridge, Mass, 1954, II, pp. 847-58 y N. J. Smelser, Theory of Collective Behavior.
101 Julián Casanova, Los historiadores…, p. 105, informa que “las críticas más sólidas [que ha sufrido la obra de Rudé] van dirigidas a su explicación teórica en torno a los cambios en las formas de protesta de la multitud a través del tiempo”, la cual articula dos tipologías estáticas, sin una discusión probada de las fases intermedia de transición. La existencia de formas de protesta “preindustrial” bastante más allá del siglo XIX, ha sido confirmada sin embargo por el análisis de Gareth Stedman Jones, Outcast London. A study in the relationship between clases in Victorian society, Penguin Books, Harmondworst, 1984 y como apunta el propio J. Casanova, ejemplos semejantes se multiplican en España, Italia o Rusia.
102 The making of the english working class, Victor Gollancz Ltd., Londres, 1963 [Versión castellana: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 2 vol., 1989. Se citará por esa traducción].
103 La formación…, I, “Prefacio”, pp. XIII-XIV. En su artículo “Peculiaridades de lo inglés” [originalmente publicado en Socialist Register Nº 2 (1965), reeditado en The poverty of Theory and Other Essays, Merlin Press, 1978 [Miseria de la teoría, Crítica, Barcelona, 1981, se utiliza aquí la traducción castellana de la revista Historia Social, Nº 18, invierno 1994, pp. 9-60] hace claras críticas a la forma en que muchos historiadores utilizan el término de clase: “Miremos la historia como historia – hombres situados en contextos reales que no han escogido, y teniendo que enfrentar fuerzas que no pueden desviar, con una inmediatez abrumadora de relaciones y obligaciones y sólo con una mínima oportunidad de introducir su propia actuación – y no como un texto para echa bravatas acerca de-lo-que-podría-haber-sido. Una interpretación del laborismo británico que lo atribuya todo al fabianismo y a la falta de intelectuales tiene tan poco valor como una historia de Rusia, entre 1924 y 1953, que lo atribuya todo a los defectos del marxismo, o del mismo Stalin. Y una cosa de la que carece (este es nuestro segundo punto) es de cualquier dimensión sociológica. Esto se puede ver en la esquemática utilización que hacen nuestros autores [Perry Anderson, John Nairn] del concepto de clase. En su presentación de la historia, extraordinariamente intelectualizada, la clase se reviste con una metáfora antropomórfica. Las clases tienen atributos de identidad persona, con voluntad, objetivos conscientes y cualidades morales. Incluso cuando un conflicto abierto está inactivo se nos hace suponer que la clase tiene una identidad ideal intacta, que está profundamente dormida o tiene instintos y demás.
En parte se trata de una metáfora; que –como vemos en manos de Marx – a veces permite una magnífica y rápida comprensión de algún modelo histórico. Pero no debemos olvidar nunca que sigue siendo una descripción metafórica de un proceso más complejo que acontece sin volición o identidad”.
En el citado número de Historia Social, se pueden leer los artículos críticos que entre otros enfocan la interpretación thompsoniana de clase, de William H. Sewell, Jr., Ellen Meiksins Wood y Perry Anderson.
104 Su concepción de la historia y de la clase se hace explícita en Miseria…, p. 145, donde critica la tesis del filósofo estructuralista Luis Althusser, particularmente su noción de la historia como “proceso sin sujeto”. Para Thompson, el pensador napolitano Giambatista Vico había definido la historia como proceso y comprendió que éste era algo más que la suma de fines e intenciones individuales. La historia no puede ser concebida como un producto involuntario “de la suma de una infinidad de voliciones individuales, entre sí contradictorias, ya que estas “voluntades individuales” no son átomos desestructurados en colisión, sino que actúan con, sobre y contra cada una de las “voluntades” agrupadas: como familias, comunidades, grupos de interés y, sobre todo, como clases”. El hombre, individualmente, es a la vez objeto y sujeto del proceso histórico. Cada momento histórico no puede ser estudiado como algo estático, y analizado al margen de su propio movimiento. Cada coyuntura constituye un momento del “devenir de posibilidades alternativas, de fuerzas ascendentes y en declive, de ideas y acciones contrapuestas” (ibidem, p. 161). La historia no se halla determinada de antemano, de manera que el proceso histórico pudo encaminarse en cada uno de esos momentos por rutas diferentes.
105 Tradición…pp. 295-296
106 De allí que Justo Serna y Anaclet Pons (“De Inglaterra a Francia”, en La historia cultural. Autores, obras, lugares, Akal, Madrid, 2005, pp. 31-66) ubiquen a E.P. Thompson, E. Hobswabm y N. Zemon Davis, en el grupo de historiadores sociales atentos a las formas de la cultura popular.
107 E.P. Thompson, La formación…, p. XIV. “En los años que van entre 1780 y 1832, la mayor parte de la población trabajadora inglesa llegó a sentir identidad de intereses común a ella misma y frente a sus gobernantes y patronos”. Vale decir, durante el período de la Revolución industrial y a través de la lucha de clases.
108 E.P. Thompson, La formación…I, p. 203. William H. Sewell, Jr., “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera”, Historia Social, nº 18, invierno 1994, pp. 77-100, p. 82. La lucha de clases está constituida por diversas formas de experiencia de clase: los movimientos políticos, la organización sindical, los conflictos en los talleres, las huelgas y los boicots, pero su noción de experiencia es muchísimo más amplia: “…incluye todo el conjunto de respuestas subjetivas que los trabajadores dan a su explotación no sólo en los movimientos de lucha sino en el ámbito de sus familias y comunidades, en sus actividades recreativas, en sus prácticas y creencias religiosas, en sus talleres, tejedurías, etc. Entre la dura realidad de las relaciones productivas y el descubrimiento de la conciencia de clase se encuentra el vasto, múltiple y contradictorio reino de la experiencia, no el proceso puro y unidireccional consistente en aprender la verdad a través de la lucha postulado por el marxismo clásico”. Sobre las críticas thompsonianas al mecanicismo, ver Anthony Giddens, “Fuera del mecanicismo: E.P. Thompson sobre conciencia e historia”, quien realiza también una ajustada ponderación de los argumentos de Perry Anderson en la conocida polémica que aquél sostuviera con el último, en Historia Social, nº 18 invierno 1994, pp. 153-170.
109 E.P. Thompson, Miseria…, William H. Sewell, Jr., ob. cit., ob. cit., p. 78: “Para Thompson, la experiencia de clase es la que establece la mediación histórica de relaciones de producción y conciencia de clase, mientras que para el marxismo clásico es la lucha de clases.”
110 [Traducción de Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Crítica, Barcelona, 1984.
111 E.P. Thompson, Customs in Common, The Merlin Press, Ltd. Londres, 1995 [Traducción castellana: Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1995, por la que citaremos].
112 Sobre estas cuestiones, ver E.P. Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, en E.P. Thompson, Historia social y antropología, Instituto Mora, México, 1994, pp. 55-82. Sobre este acercamiento a la antropología, Justo Serna y Anaclet Pons, ob. cit., p. 38-39, recuerdan que en los años 50 se produjo en Gran Bretaña una aproximación entre historiadores y antropólogos desde que E. E. Evans Pritchard postulara las afinidades mutuas y la colaboración que podían prestarse, en tanto que en Francia, por las mismas fechas, la antropología de Claude Lévi-Strauss marcaba una distancia infranqueable entre el estudio sincrónico y estructural de los etnólogos, de un lado, y el relato del proceso consciente presentado por los historiadores, del otro. Además, por esa época la etnología británica había constatado que el salvaje puro e incontaminado era una rareza, circunstancia que impulsó los Peasant Studies, que también atrajeron a Hobsbawm.
113 Para una referencia bibliográfica de su producción, ver “La obra de un historiador: E. J. Hobsbawm”, monográfico de Historia Social, nº 25, 1996. Sobre su trayectoria en el grupo de historiadores marxistas ingleses, H.J. Kaye, Los historiadores…, pp. 123-151. Son especialmente importantes sus trabajos acerca de la crisis general del siglo XVII y el origen del capitalismo industrial, su contribución al debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, sobre el nivel de vida durante la revolución industrial, sobre el fabianismo, el significado del ludismo, el enfrentamiento entre sectores precapitalistas y estructuras capitalistas en proceso de consolidación, la importancia de la cultura en la definición de tradiciones de lucha obrera, la tesis de la revolución dual, los problemas de la contemporaneidad, historiografía y método, la historia económica y social en general, y los movimientos sociales modernos y contemporáneos.
114 Labouring Men [traducción castellana: Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Crítica, Barcelona, 1979]
115 “Los destructores de máquinas”, 1952, incluido en Trabajadores…
116 “Los destructores…”, ob. cit., pp. 18-19 y 24.
117 Primitive Rebels, Manchester University Press, 1963 [traducción castellana, Rebeldes primitivos, Ariel, Barcelona, 1983].
118 Bandits Traducción castellana, Bandidos, Ariel, Barcelona, 1976.
119 Sobre la relación de estas investigaciones con la actuación política de E. Hobsbawm, ver H. Kaye, ob. cit., p. 136.
120 E. Hobsbawm, Rebeldes…, pp. 11-12.
121 Sobre la trayectoria intelectual de N. Zemon Davis y su abandono progresivo de la interpretación histórica a través de la lucha de clases por el estudio de otras formas alternativas de organización social, “otros modos en los que la sociedad se organiza y se divide”, ver James Amelang, “Sociedad y cultura en la Europa moderna: La contribución de Natalie Z Davis”, Historia Social, nº 6 invierno 1990, pp. 161-170. La búsqueda queda reflejada en su libro Society and Culture in Early Modern France, Stanford University Press, 1975 [traducción al español bajo el título Sociedad y Cultura en la Francia Moderna , Crítica, Barcelona, 1990, con agregado de otros artículos], con un acercamiento explícito hacia la antropología social y cultural. Una selección bibliográfíca de sus trabajos puede hallarse en el citado artículo de J. Amelang.
122 N. Zemon Davis, “Las formas de la historia social”, Historia Social, 10 (1991), p. 177
123 N. Zemon Davis, ídem, p. 178
124 Publicada bajo el título de Society and culture in Early Modern France, Stanford, University Press, Stanford, California, 1965. Sobre una edición de 1975 se compuso la francesa de 1979, que citamos, pero la traducción española, ya mencionada, por la cual citaremos, carece de los capítulos tercero y quinto de la original –reemplazados por otros - que fueron impresos en la recopilación de James S. Amelang y Mary Nash, Historia y Género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Edicions Alfons El Magnànim, Valencia, 1990
125 E.P. Thompson, Customs in Common, The Merlin Press, Ltd. Londres, 1995 (Traducción castellana: Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1995, por la que citaremos). Ver por ejemplo, p. 374, nota 186, donde coincide parcialmente con interpretaciones de Zemon Davis acerca de los efectos simbólicos de la inversión de roles y en p. 550, donde cita “el importante estudio” de aquélla acerca del charivari y sus diferentes significaciones en ambientes campesinos y urbanos. También, en Tradición,…passim
126 N. Zemon Davis, ob. cit., p. 14.
127 Por ejemplo, The Return of Martin Guerre, Cambridge, Ma., 1983) (traducción castellana, El regreso de Martín Guerre, Antoni Bosch editor, Barcelona, 1984)
128 James Amelang, ob.cit., ob.cit., p. 164-165 y 169, nota 10 hace notar que la obra de N. Zemon Davis, El regreso…, presenta un caso de impostura en forma narrativa y con adopción de estrategias del relato ficcional con un enfoque concentrado. Sus semejanzas con la microhistoria practicada por Garlo Ginzburg, Edoardo Grendi y Giovanni Levi, atrajo al primero de los nombrados, que redacta el epílogo a la traducción italiana del libro. La inclinación de Zemon Davis por la narrativa histórica fue puesta de manifiesto en su Fiction in the Archives: Pardon Tales and their Tellers in Sixteenth-century France, Stanford University Press, 1987.
129 Xavier Gil Pujol, ob. cit., ob. cit., p. 196. Se trata de una nueva historia política, una “historia social con la política restituida”. Sobre otras perspectivas no microhistóricas, de hacer historia política “desde abajo” o “desde los márgenes”, ibidem, p. 200, nota 21 y “Centralismo e localismo. Sobre as relaçoes políticas e culturais entre capital e territorios nas monarquias europeias dos séculos XVI e XVII”, Penélope. Fazer e desfazer a Historia, 6 septiembre, 1991, pp. 119-144.
130 No es posible olvidar en este sentido, la movilización del utillaje investigativo que provocó el “linguistic turn” de los historiadores norteamericanos de los 80, a pesar de las controversias acerca de su valor. Ver G Noiriel, Sur la crise de l´histoire, París, 1996; Jacques Revel, Jeux d´échelles, la micro-analyse à l´experiénce, París, 1996.