La
investigación de los movimientos
sociales en la Edad Moderna en los últimos treinta años: de la
historia socioeconómica a la historia antropológica1.
María Inés Carzolio
Resumen:
Tres tradiciones historiográficas produjeron investigaciones acerca
de los movimientos sociales en los últimos treinta años
En
la historiografía francesa se había configurado un modelo
sociológico estructural que dejaba poco
espacio para la acción humana, que aparecía sujeta por
constricciones estructurales derivadas de la geografía, la sociedad
o de los marcos mentales. Ese modelo, adquiriría mayor rigidez por
la evolución de la historia económica y del análisis marxista. Las
polémicas en torno a la naturaleza de la sociedad de Antiguo
Régimen, así como el cuestionamiento acerca de la homogeneidad de
las clases sociales destruyeron dentro de la historia, consensos
acerca de temáticas y metodologías que comenzaron a estimarse
agotadas. A ello se sumaría una crisis común a las ciencias
sociales. La investigación en historia social se encaminaría en
adelante, con una creciente tendencia hacia la antropología, una
fragmentación de los objetivos y de los campos de estudio, que de
los movimientos sociales deriva hacia los marginales, los pobres, la
prostitución, las mujeres, las sociedades del pensamiento, los
sectores medios de la sociedad de Antiguo Régimen, los
comportamientos. La historiografía española continuaría esos
mismos derroteros.
Las
otras corrientes historiográficas no manifestaron la
crisis con igual intensidad.
Los
historiadores marxistas ingleses intentaban ya por entonces, una
interpretación alternativa de las categorías del materialismo
histórico, prestando especial atención en sus investigaciones, a
los aspectos culturales de la acción de los grupos populares.
La
Social History
norteamericana ha favorecido también un interés renovado por las
expresiones culturales y simbólicas de las clases subalternas y su
papel en los mecanismos de creación de identidades colectivas.
Abstract
Three
historigraphical traditions have researched the social movements in
the last thirty years The french historiography configured a
sociological and structural model that left little space for the
human action, because it appeared subjected to structural
constrictions derived from geography, society or mental frames. That
model will become more rigid in the economic history derived from the
marxist analysis. The polemics around the nature of the society of
Old Régime, as well as the question about the homogeneity of the
social classes, destroyed internal historiographical consents about
problems and methodologies that began to be considered as exhausted.
To these factors, it should be added a more general crisis of social
sciences. The investigation in social history would head from now on
with a growing tendency toward the anthropology. This fragmentation
of the objectives and of the study fields of social history drifts
from the study of the social movements toward the marginal ones, the
poor, the prostitution, the women, the societies of the thought, the
middle sectors of the society of Old Régime and the behaviors. The
spanish historiography would continue those same courses.
Other historiographical currents did not manifest the crisis with
equal intensity.
English marxist historians attempted earlier on an alternative
interpretation of the categories of the historical materialism,
paying special attention in their investigations, to the cultural
aspects of the action of the popular groups.
Social
american History has also favored a renovated interest in the
cultural and symbolic expressions of the subordinate classes and its
paper in the mechanisms of creation of collective identities.
Palabras-clave:
movimientos sociales - modelo
sociológico-estructural - modelo
marxista - historia social - antropología histórica
marxista - historia social - antropología histórica
Key-words:
social movement - sociologic-structural
pattern - marxist pattern - social history – anthropological
history
En
los años 60 y 70, el estudio de los
movimientos sociales, de los grandes procesos, de los fenómenos
colectivos, fue un campo frecuentado por la historia
social en Francia y en los países
anglosajones. Su amplio campo de investigación vio florecer así los
productos de tres tradiciones o corrientes, diferenciadas por sus
estrategias de investigación y por la diversidad de su producción.
En la actualidad, si bien siguen apareciendo estudios acerca de los
movimientos sociales, éstos aparecen de manera más aislada. ¿Cuáles
son los factores que les ha restado centralidad dentro de las
propuestas historiográficas?
De
Braudel a la historia
en migajas
En
la Francia de los años 50 y 60 se impuso
en la investigación histórica el método sociológico de matriz
durkheimiana2
con abandono de
“lo
único, lo accidental (el individuo, el acontecimiento, el caso
singular) para consagrarse sólo a aquello que podía ser objeto de
un estudio científico: lo repetitivo y sus variaciones, las
regularidades observables a partir de las cuales sería posible
inducir leyes”.3
Esta
perspectiva predominó durante la llamada
segunda generación de la escuela – título muy discutido - de
Annales,
dominada por la figura de Fernand Braudel y su obra más famosa, El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.4
Si bien en su modelo sociológico-estructural no está ausente la
experiencia de las masas, en el espacio del entorno
total y el tiempo de larga
duración, tanto aquella experiencia
como la acción humana quedan muy reducidas5.
Se le ha acusado, consecuentemente, de un determinismo que parece
confirmar cuando se refiere a las estructuras –noción que cobró
en su época enorme difusión y predicamento- como formas coactivas.
“Por
estructura
los observadores de lo social entienden una organización, una
coherencia y unas relaciones bastante fijas entre realidades y masas
sociales. Para nosotros, historiadores, una estructura es sin duda
ensamblaje, arquitectura, pero más aún una realidad que el tiempo
usa mal y transporta muy largamente. Ciertas estructuras, que viven
mucho tiempo, se convierten en elementos estables de una infinidad de
generaciones: recargan la historia, estorban, puesto que lo dirigen,
el transcurso. Otras se desmoronan con más facilidad. Pero todas son
a la vez apoyos y obstáculos. Obstáculos, se marcan como límites
(envoltorios
en el sentido matemático), de los que el hombre y sus experiencias
casi no pueden liberarse. Piénsese en la dificultad de romper
ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos
límites de la productividad, o incluso algunas obligaciones
espirituales: los marcos mentales son también prisiones de larga
duración” 6
La
adopción de una perspectiva globalizante, la de la historia
total, se produjo en el contexto de un
proceso sociopolítico e ideológico que padeció una profunda
influencia del estructuralismo7,
que difundiría en los años 60 un conjunto de principios de
inteligibilidad de lo histórico
y lo colectivo
basados en dos premisas: 1) estudiar el mundo social “para
establecer las relaciones que, independientemente de las intenciones
de los individuos, gobiernan los mecanismos económicos, las
relaciones sociales, las formas del discurso”,
y 2) considerar que el objeto del conocimiento histórico y la
conciencia subjetiva se encuentran radicalmente separados8.
De acuerdo con ellas, el esquema interpretativo en los estudios
correspondientes a los movimientos sociales modernos - que revelaban
simultáneamente una preocupación por la conceptualización y la
metodología - contenían los supuestos de que las acciones
colectivas de protesta expresan a individuos de la misma clase social
que actuaban motivados por intereses materiales y situaciones de
opresión compartidos, y de que la protesta colectiva comenzaban con
una “toma de conciencia”, vale decir, la interiorización de una
ideología por parte de las clases sometidas, que deslegitimaba como
injusta su situación de desigualdad. El corolario consistía,
entonces, en insertar sus demandas en el marco de una ideología
globalizadora que suponía la eliminación de la situación de
injusticia social.
El
modelo ecológico demográfico de Braudel
coexistió con el modelo de análisis marxista de la lucha de clases.
Se ha especulado acerca de la influencia del marxismo en Braudel y en
sus colaboradores que parece ser más nítida en sus últimas grandes
obras.9
Pero no es la única corriente que se detecta en la historiografía
francesa de la segunda generación de
los Annales, como ha sido llamada. En
esa revista se acogió también a diversas muestras de historia
cuantitativa, que entre los años 40 y
50 se expandió por obra de uno de sus principales colaboradores:
Ernest Labrousse, con quien esta tendencia cobraría relevancia.10
Nuevas fuentes estimularon estudios estadísticos que se volcaron
hacia la demografía, el estudio de los ciclos económicos seculares
de fase A (inflación y crecimiento) y fase B (deflación y
depresión) engendrados por fenómenos monetarios mensurables por el
estudio de los precios, el comercio transatlántico. Este esfuerzo
permitió el deslizamiento hacia modelos afínes a los de las
ciencias duras, caracterizados por la medición, la serialidad, el
cuantitativismo, la comparación, que dieron sus frutos mejores a
partir de aquellos años paralelamente al florecimiento de una
historia económica que combinaba tres planos de indagación:
económico, político y social11.
Con Labrousse y sus discípulos, se esperó encontrar en las
fluctuaciones de los precios la explicación de las grandes
explosiones sociales como la de 1789. Se formula así el modelo de la
crisis económica de tipo antiguo, que tiene su punto de partida en
las malas cosechas y el alza de los precios, generadora de motines
contra el acaparamiento, lo que permitió el enlace con la
problemática de las mentalidades y la historia
desde abajo. En los años 60 y 70,
triunfan en Francia también los estudios regionales que combinan las
estructuras de Braudel, la coyuntura de Labrousse y la nueva
demografía histórica, de papel destacado en los trabajos de Pierre
Goubert12
y de Emmanuel Le Roy Ladurie. 13
Existía y era conocido en Francia en esos años, un
modelo marxista basado en la lucha de clases, desarrollado por el
historiador soviético Boris Porshnev en una obra publicada en ruso
en 1948 y traducida al francés y publicada en 1963 por el Centre de
Recherches Historiques, con el título de Les
soulèvements populaires en France de 1623 à 164814.
El modelo investigativo era semejante al
labroussiano en cuanto a la consideración de factores como “…la
situación económica de la población urbana francesa, la división
social de esta población, determinada mentalidad”, que constituían
las “causas” de los movimientos “plebeyos” del siglo XVII –
manifestación de la lucha de clases - aunque las ocasiones de su
explosión podían ser muy variadas por su relación directa con las
causas reales. Porshnev críticaba a la historiografía “burguesa”
francesa el hecho de que sólo veía
“en estos movimientos síntomas pasajeros y
provisionales del desajuste de la cosa pública, pero no una fuerza
responsable de todos los cambios políticos y sociales en el orden
establecido”.
El objeto de tal proceder sería el de desconocer el
carácter de clase de los estados,
ya que la tesis central del libro es la de que los movimientos
sociales del campesinado y de los pobres de las ciudades que
precedieron en veinticinco años a la Fronda, fueron
“la verdadera base, y la única posibilidad, de todas
las otras formas de oposición al régimen absolutista, incluyendo –
[…]- la de la aristocracia feudal.”15
Su premisa de que la fuerza de las masas populares era
la fuerza motriz de la historia, comienza en cierto modo la “historia
desde abajo”.16
Convencido de que las relaciones capitalistas hacen su aparición en
Francia desde el siglo XVI, estima a estos movimientos como las
raíces de la Revolución de 1789 y antecedentes de la Fronda.
Roland Mousnier, un
historiador que tuvo presencia en la Revue
Historique, y que
por definición política era extraño al grupo de Braudel, colaboró,
sin embargo con Labrousse,17
y publicó en 1967 un libro dedicado a las revueltas campesinas de
Francia, Rusia y China en el siglo XVII18,
en el cual amplía la perspectiva hasta hacerla alcanzar al
continente eurasiático en su tratamiento comparativo19.
No será extraña esta amplitud dentro de la propia obra de Braudel.
Mousnier rebate la selección de Porshnev: las sublevaciones urbanas
y rurales son numerosas en Francia desde los años 30 del siglo XVII,
pródigo en alteraciones sociales. Su investigación se limitará sin
embargo a algunos movimientos sociales20.
Si bien está presente en su investigación la infaltable indagación
acerca de las estructuras sociales – divergentes – no abreva en
el marxismo sino en el weberianismo y el funcionalismo.21
Se prevé la existencia de semejanzas que podrían derivar de
coyunturas parecidas los tres países tratados, con el objeto de
precisar algunas hipótesis de investigación. Pero el conflicto no
se plantea como lucha de clases:
“Hay casos en que el grupo rebelde
está constituido por una especie de corte vertical que pasa a través
de todos los estratos sociales, como ocurre en Francia durante la
Fronda”22.
Pero además,
la estratificación social a la que se refiere está compuesta por
grupos sociales muy diversos: las familias (linajes), los cuerpos y
colegios (comunidades de oficio, cuerpos de “funcionarios”,
universidades, academias, órdenes religiosas, etc.), las comunidades
territoriales (aldeas, ciudades, señoríos, provincias, que
expresaban su voluntad a través de asambleas, consejos, estados
provinciales, presidentes, síndicos, señores, etc., poseedores de
privilegios basados en la costumbre inmemorial) y los estratos
sociales, que en las representaciones mentales de la sociedad,
constituyen capas superpuestas en un orden jerárquico. Sin embargo,
en la Francia del siglo XVII no puede identificarse estos estratos
como castas que segmentan la sociedad según una segregación basada
en un minucioso grado de pureza, ni como clases, pues en una economía
de mercado, las clases están jerarquizadas según el papel que
cumplen en la producción de bienes materiales y la acumulación que
realizan en esa función. La Francia de los siglos XVI a XVIII es una
sociedad de órdenes subdividida en estados,
jerarquizados
“según la estima, el honor, la
dignidad asignadas por
la sociedad a funciones sociales que pueden no tener ninguna relación
con la producción de bienes materiales”.23
Aunque
jurídicamente el sistema feudal existirá hasta la Revolución en
esta sociedad, “las relaciones sociales están dominadas por la
jerarquía de las dignidades y por las fidelidades” sin sanción
jurídica. Se trata de una sociedad corporativa, de órdenes de
Antiguo Régimen, donde todo hombre – y todo campesino – está
condicionado por su pertenencia simultánea a varios cuerpos sociales
(la aldea, el señorío) pero a la vez, dentro de un sistema de
jerarquías en relación con la tierra24.
Los campesinos mantienen una posición subordinada secundando a sus
señores, por ejemplo, en defensa de las libertades provinciales en
contra del poder central o de las ciudades, pero hay sediciones
específicamente rurales contra el impuesto real, que vincula los
intereses de los gentileshombres y sus campesinos25.
La nobleza, los magistrados reales y los municipales son
identificados en su obra como los actores principales de las
revueltas populares importantes, ya urbanas, ya rurales, aunque en
otros casos de menor relieve no se descubre otra participación
directa que la de artesanos y campesinos.26
El impuesto real fue “la manifestación más sensible del estado
moderno, centralizador, igualador y uniformador”, contra el que
reaccionaban los rebeldes de todos los estamentos.27
Mousnier polemizaría con Labrousse sobre el principio de
jerarquización de las sociedades del Antiguo Régimen por estimar
abusiva la aplicación de unas categorías elaboradas para la
sociedad industrial. Lo que se ventilaba en el debate era la
definición de la naturaleza de la sociedad de la época:
fundamentalmente social, si la sociedad dominada por antagonismos era
una sociedad de clases, fundamentalmente política, si la sociedad
enfrentada a la gestación del estado moderno es una sociedad de
órdenes.28
Pero cierta polémica continuó en el seno mismo del grupo
labroussiano.29
Los modelos
aplicados a otros movimientos como el de los Comuneros castellanos,
estudiado por Joseph Pérez30
o el que conduce a la secesión temporal de Cataluña, de la Corona
de los Habsburgo hispanos, presenta variantes del labroussiano,
aunque la utilización de elementos estadísticos es limitada. El
primero caracteriza a la Comunidad desde tres puntos de vista:
geográfico, político y social. Se trató de un movimiento que
geográficamente “oponía el centro a la periferia”. Agrupó
socialmente a la “burguesía industrial donde ésta existía” y
otros sectores urbanos (artesanos, tenderos y letrados), en tanto
“una fracción del campesinado aprovechó la coyuntura para tratar
de liberarse de las servidumbres del régimen señorial” frente “a
la burguesía mercantil y a la nobleza”, “cuyos intereses eran
complementarios, asociadas a los beneficios del comercio de la lana”.
Hace una cuidadosa ponderación de los protagonistas del movimiento,
pero dentro de una sociedad de clases y no de órdenes, aunque
concluye que no se trata de una lucha de clases. Políticamente “las
Comunidades amenazaron los privilegios adquiridos por el patriciado
urbano en la dirección municipal y elaboraron y pusieron en práctica
una Constitución que limitaba estrechamente el poder real”. Se
apoya en los trabajos de Pierre Vilar para afirmar que no se trató
de una lucha de clases sino un conflicto de intereses, de categorías.
Se habría tratado de una revolución “moderna”, posiblemente la
primera y prematura, protagonizada por una burguesía todavía débil
“que prefería la tutela de la Corona y la alianza con la
aristocracia.31
La gravitación
de Pierre Vilar, ligado al grupo de historiadores economistas y
demógrafos de la revista Annales
se hace sentir en la obra del hispanista inglés J. H. Elliott, autor
de The Revolt of the
Catalans-A Study in the Decline of Spain (1598-1640)32
en cuanto a la necesidad del conocimiento de las condiciones
sociales, políticas y económicas de Cataluña bajo el gobierno de
los Austria. Elliott emplea indistintamente los términos de órdenes
y clases, pero reconoce la existencia de antagonismos sociales. La
revolución catalana es producto, ante todo, del estallido del
campesinado y de los pobres urbanos.
“Toda la rabia y la amargura
reprimidas de la población catalana, acumuladas durante tantas
décadas, estallaron súbitamente en el verano de 1640 como
consecuencia de la intrusión de un elemento extraño – la
soldadesca – en la vida del principado. Se produjo una revolución
social que comenzó en el campo y se extendió a los elementos más
descontentos de las ciudades […] El odio del bajo campesinado y de
los desheredados hacia los ricos campesinos y los nobles; la amargura
de los que no encontraban trabajo en el campo; el deseo de venganza
de los elementos de bandidaje contra los que lo habían reprimido;
las antiguas enemistades entre la ciudad y el campo, entre los
ciudadanos más pobres y las oligarquías municipales, e incluso la
enemistad tradicional entre nyerros
y cadells:
todo eso estalló de repente y de forma explosiva en Cataluña cuando
desapareció el gobierno y las fuerzas tradicionales del orden se
mostraron demasiado confusas y vacilantes para actuar.”33
Pero la revuelta catalana habría
prolongado la existencia de un viejo sistema,
“el de la estructura desarticulada
de Estados semi-autónomos encabezada por la Castilla postrada”
que
“perpetuó durante otros cincuenta
años una forma de
gobierno que que ya había comenzado a resultar anacrónica en la
tercera década del siglo XVII”.34
Sin embargo, la polémica entre
porshnevistas
y mousnieristas
no está definitivamente saldada aún. Roger Chartier ha recordado
recientemente que
“las sociedades
son a la vez lo que piensan que son y lo que ignoran que son y que,
por consiguiente la historia social debe necesariamente unir el
estudio de las representaciones y el análisis de las posiciones
objetivas.” 35
El modelo de historia social ligado a
la historia económica, entró en crisis a fines de los años 70 y
comienzos de los 8036
entre otros motivos porque en el momento cuando los instrumentos
técnicos (registro, almacenamiento y tratamiento informático de
datos) eran considerablemente más masivos que en el pasado, los
interrogantes no se renovaron al mismo ritmo37.
Pero sobre todo, porque se produjo en el campo de la historia social
una tremenda expansión, que condujo a la fragmentación del mismo38.
Tal fue el efecto del propio modelo braudeliano de la larga duración
para François Dosse:
“Al descomponer la unidad temporal,
permitía el estudio de objetos heterogéneos, la fractura del
tiempo, la historia en migajas”.39
Otros historiadores vieron en ello el
agotamiento conjunto
del paradigma económico social de inspiración marxista, del
proyecto ecológico demográfico de Annales,
y de la metodología cliométrica de origen estadounidense, debido “a
la común incapacidad” para producir su pretendida “explicación
coherente y científica del cambio histórico”, a lo que se sumaría
la asunción de nuevos postulados teóricos, ontológicos y
gnoseológicos propios del “pensamiento débil posmoderno”.40
La
reflexión histórica francesa había aportado además otras
objeciones de peso. El tratamiento de las rebeliones populares, de
las cuales, las campesinas habían sido una subespecie, eran también
el terreno predilecto de una historia nacionalista que pierde
consenso por entonces.41
Pero asimismo, el utillaje conceptual se precisa y paralelamente se
produce el cuestionamiento de trabajos realizados bajo los
presupuestos epistemológicos anteriores. Una buena muestra de ello
son las críticas y las precisiones en torno a los conceptos de
campesino, de revueltas campesinas y de revueltas populares.42
Sin embargo, pese a la existencia de estas preocupaciones, aún
siguen sin estar del todo claras las fronteras de este campo de
estudio.43
Por
otro lado, para la teoría sociológico-histórica de los estudios de
la sociología funcionalista44
en boga en los 60, los movimientos sociales se derivaban “de las
“tensiones” originadas por las disonancias cognitivas y
valorativas entre los diversos sistemas sociales que coexisten en
individuos afectados por un proceso de cambio social rápido o
repentino”45.
Aunque esta corriente no presentaba la visión negativa de los
pensadores de las posguerras, como Ortega y Gasset o Eric Fromm, por
ejemplo, compartía su desconfianza hacia los movimientos sociales,
a los cuales consideraba reacciones patológicas en las que dominaba
la emotividad y también los evaluaba como anormalidades que debían
desaparecer con los reajustes del sistema46.
Los movimientos estudiantiles de las décadas del 60 y del 70
desautorizaron la interpretación funcionalista y
“se
comenzó al fin a considerar a los nuevos movimientos sociales en sí
mismos, como conflictos con fines y estrategias propios, y a sus
protagonistas como actores en busca de identidad”.47
Por
otra parte, no se puede olvidar tampoco que las posguerras del siglo
XX fueron campo propicio para la observación de movimientos
sociales sin antecedentes como la revolución rusa, la larga marcha
de los campesinos chinos, y en la segunda mitad del siglo, las
guerrillas rurales vietnamitas y latinoamericanas, los movimientos
de la gente de color, de los estudiantes, etc. Así son considerados
en la sociología por la teoría
de la movilización de recursos48
en Estados Unidos y por la teoría de
las identidades colectivas49
–vinculada al marxismo - en Europa, que analiza la conducta de los
actores colectivos en términos de acción racional. Desde ambas
perspectivas, se cumplía un retorno a la política50,
más que a la economía para explicar los movimientos sociales. Otros
problemas planteados fueron las dificultades para lograr una
explicación convincente de la carencia de homogeneidad en clases
sociales concebidas a veces de manera esencialista, y de las
rivalidades y conflictos internos en los movimientos. El concepto de
clase se reveló como un instrumento de difícil aplicabilidad por la
gran complejidad de los grupos que presuntamente la componían entre
los siglos XVI y XVIII. No era menor el problema que planteaba la
participación a veces escasa o contradictoria del campesinado (como
sucedáneo del proletariado) en tales movimientos.51
La definición de los actores conducía a una categorización
diferente de las rebeliones o de las revoluciones en cuanto a los
motivos e intereses en juego. Por último, las dudas de los
investigadores eran más radicales en cuanto la profundización de la
indagatoria las revelaba más complejos y de ella se desprendían
nuevos interrogantes respecto a la naturaleza de los fenómenos
observados. Pese a las dificultades del modelo criticado, no surgió
sin embargo, uno alternativo con similar capacidad de explicación
global.
Los cuestionamientos alcanzaron
también al marco interpretativo más
corriente del estudio de los movimientos sociales, cuyo punto de
partida consistía en definirlos en términos fundamentalmente
ideológicos
(vale decir, en cuanto a la doctrina que los inspiraba, sobre todo
estudiada a través de los llamados “grandes pensadores” y de los
programas e idearios doctrinales escritos) o jurídico-formales
(el marco legislativo e institucional al que aspiraban o el que
elaboraban, y los textos constitucionales). Tal marco fue puesto a
prueba por la crítica de los historiadores sociales en los últimos
años.52
También se tendió a considerar simplista por muchos, una
interpretación que reconocía solamente a tres protagonistas
colectivos (aristocracias, burguesía y proletariado), y
mecanicistas, ciertas interpretaciones marxistas que reducían a dos
los modelos posibles de revolución a partir de la modernidad: la
revolución burguesa,
que permitía el pasaje del feudalismo al capitalismo y la
proletaria,
del capitalismo al socialismo. Los estudios producidos en torno a la
Revolución Francesa como crisis final del Antiguo Régimen, en
especial, habían gestado un modelo de amplia difusión que se
convirtió en una especie de “sentido común” histórico, blanco
de críticas a partir de entonces.53
A partir de los años 70 se produce
una reacción anticuantitativista con manifestaciones en las tres
historiografías mencionadas al comienzo. Algunos historiadores que
la habían saludado como expresión del futuro de las investigaciones
históricas como E. Le Roy Ladurie, o como Lawrence Stone, produjeron
un radical rechazo del modelo que habían desarrollado. El primero,
que lo había empleado en Les
Paysans du Languedoc54,
lo niega
para reconstruir la
vida campesina y su universo mental en Montaillou,
55
una aldea francesa
de los Pirineos a principios del siglo XIV, valiéndose de actas
inquisitoriales, y para pintar la lucha de clases, primero simbólica
y luego sangrienta en un pequeño pueblo en el actual Drôme,
conocida a través de documentación municipal, en Le
Carnaval de Romans, durante
158056,
volcándose a una interpretación realizada con instrumental
antropológico.
Ambas obras
señalarían nuevos
rumbos para la investigación de los movimientos sociales en Francia.
Tras su huella, el estudio de los movimientos sociales deriva hacia
los marginales, los pobres, la prostitución, las mujeres, las
sociedades del pensamiento, los sectores medios de la sociedad de
Antiguo Régimen, los comportamientos…La historia social francesa
coincide con la fragmentación de los objetivos y de los campos que
parece arrastrar a la disciplina histórica.
Al
mismo tiempo se produjeron otros regresos llamativos. El gran
protagonista colectivo pasó a ser sustituido a veces por el retorno
del individuo, que emerge como prioridad en el análisis de los
fenómenos sociales, frente a estructuras y modelos abstractos y
frente a los protagonistas colectivos de la historia social57.
Son los hombres y sus estrategias, más que las determinaciones
estructurales globalizadoras, los agentes de los procesos
históricos58.
Reaparecen los hombres y mujeres comunes con capacidad de
protagonizar la historia59.
Un breve apunte sobre la historiografía española
acerca de los movimientos sociales de la modernidad.
El estudio de los movimientos
sociales en España reconoce un antecedente fundamental en el trabajo
de Jaime Vicens Vives sobre la
guerra de los
pageses de remensa60.
Movimiento tópico del nacionalismo
castellano, el de los comuneros
de Castilla atrajo la atención de muchos estudiosos, pero el trabajo
de J.A. Maravall inauguró las explicaciones sociales del movimiento
urbano burgués,
agente precoz de un ideario político protonacional y progresivo que
patentizaría una primera y temprana crisis de la modernidad en
España61.
Sin embargo, la obra de Maravall, muy centrada en los aspectos
políticos de la rebelión, carece de un análisis detallado de las
burguesías urbanas, en el cual ahondaría Joseph Pérez. Por su
parte, J.I. Gutiérrez Nieto insistiría en el carácter antiseñorial
de la rebelión y en el apoyo campesino a la misma62.
Por último, las comunidades castellanas fueron examinadas desde las
perspectivas de una sociología interesada por el análisis del
cambio social, la sociología histórica63.
Pablo Sánchez León, para quien
“La única forma de comprobar una
hipótesis, y no de simplemente ilustrar un modelo abstracto, es
presentarla convenientemente especificada para el caso histórico
que se trata de analizar.”64
realizaría
este intento que no ha hallado muchos seguidores en el ámbito
español.
El
modelo de Labrousse en el análisis de una rebelión fue empleado por
José M. Palop en el estudio de las crisis de subsistencias
valencianas del siglo XVIII65,
cuya novedad esencial es la hipótesis del viraje de una política
tradicional y paternalista de protección al consumidor, hacia
políticas cerealistas marcadas por el liberalismo económico.
Pero el
mayor historiador social de la modernidad española en los últimos
decenios fue Antonio Domínguez Ortiz, a quien se le reconoce
indudable independencia respecto de las corrientes historiográficas
francesas. Aunque sus investigaciones se dirigieron sobre todo a las
estructuras66
más que a los movimientos sociales67,
no dejó de indagar acerca de los movimientos populares68.
Dos trabajos relativamente recientes
marcan las orientaciones cultivadas por los modernistas españoles:
los de P. L. Lorenzo Cadalso y Eva Serra y Puig. Para el citado
historiador, aunque la conformación de la monarquía centralizada
domina los conflictos de la época, serán sus motivos la
oligarquización y el cierre sociales a que conduce la supresión de
la participación popular impulsada por la nobleza y consentida por
la Corona, la reacción señorial que impone el sometimiento
jurisdiccional, la intervención en el gobierno municipal y el
aumento de la presión económica sobre las clases populares.69
La “revuelta de los segadores”, que estalla en 1640 tiene –
para Eva Serra i Puig 70-
como ingrediente esencial “la continuitat i el pes de les
inmemorials fórmules organitzatives d´autodefensa bienal de pagesos
i vilatans (sometents, sagramentals, via fores, o mans armades
locals) no és gens dubtosa”.71
Estas alternativas reproducen las que parecen predominar en general
en la historiografía europea.
La
historia social como historia protagonizada por la multitud en los
historiadores marxistas británicos
Desde
la primera mitad del siglo XX, el marxismo propuso una historia
social desde abajo72
defendiendo por un lado, la centralidad del sujeto colectivo (las
clases sociales) que pertenecía a los estratos “inferiores” (las
multitudes, las masas), y por el otro, cambiando el modelo de
conflicto
de la vieja historia política, al interpretar los enfrentamientos
políticos en redes de intereses socio-económicos, marginando entre
los factores significativos, las orientaciones doctrinales –aunque
no en todos los casos - y las motivaciones psicológicas. El modelo
marxista fue el inspirador de muchos historiadores sociales, sobre
todo de los historiadores marxistas ingleses como Christopher Hill,
George Rudé, E.P. Thompson y Eric Hobsbawm.
Los
nombrados, que intentaban ya una interpretación alternativa de las
categorías del materialismo histórico, se preocuparon por el uso
racional de la violencia popular durante la Revolución Francesa73,
en la práctica de la “economía moral” de la multitud74
o en las protestas ludistas75,
que impulsarían una revisión de la historia social británica,
precediendo a la microhistoria italiana76
y a la Alltagsgeschichte77
alemana, con métodos narrativos
próximos, para dar razón de las lógicas peculiares de individuos o
de pequeños grupos. Lo que significa que rechazaban la
excepcionalidad de los movimientos sociales, atribuyendo a los del
pasado las mismas características que se asignaba a los
contemporáneos. Pero además, se trata de autores que desde
comienzos de los años 60 ponían especial atención a los aspectos
culturales de la acción de los grupos populares y atribuían un peso
especial a la cultura, actitud que van a compartir otros estudiosos
ingleses como Raymond Williams, Christopher Hill y George Rudé.
Con
ellos el marxismo sometería a crítica sus propias carencias y
elaboraría el análisis del concepto de clase,
desechando la idea de la homogeneidad de la misma e introduciendo el
estudio de los intereses que impulsaban a los colectivos sociales
implicados en los movimientos. El resultado impuso la realidad de la
existencia de fenómenos interclasistas, acerca de la cual cierto
marxismo respondería con la catalogación de ideológicamente
“confusos”78,
en lugar de procurar su comprensión.
Las
clases son los actores de las primeras
obras de Ch. Hill79,
las cuales se centran en la Inglaterra del siglo XVII. La
aristocracia y la burguesía, conscientes de sí y representando
respectivamente al feudalismo y al capitalismo, son las protagonistas
de La revolución inglesa, 164080,
en la que la segunda sería la vencedora y inconscientemente o no,
conduciría al dominio del capitalismo que la fortalecería y cuyos
intereses, si bien eran idénticos a los de la nación –leyenda
liberal – también beneficiaron a las masas populares81.
Años más tarde, el análisis de las clases sociales en los siglos
XVI y XVII sirve a Hill para mostrar la transformación de las
relaciones agrarias en la sociedad inglesa, en la producción
manufacturera, el gobierno, las relaciones exteriores, la religión y
la vida cultural en otra de sus obras fundamentales82.
Su interés se vuelca entonces hacia la clase
media83
y lo que llama el
pueblo llano84,
dependiente del trabajo asalariado. Una
reflexión particularmente interesante es la que desarrolla en sus
estudios acerca de los orígenes intelectuales de la revolución
inglesa del siglo XVII, que “no tuvo ningún Jean-Jacques Rousseau
o Karl Marx”.85
Su objetivo será la detección de las ideas que ejercieron mayor
atracción sobre los “sectores medios” de la población, los
mercaderes, los artesanos y los pequeños propietarios rurales”86,
a quienes se debe “las realizaciones políticas y artísticas de la
nueva Inglaterra.”87
Su originalidad: no buscará los ideales inspiradores de la
revolución en el pensamiento político de los grandes personajes ni
en la cultura de la elite. Tales ideas se revelan ajenas al ambiente
académico o científico del siglo XVII inglés. Proceden del
puritanismo religioso, pero no exclusivamente.88
También de algunos espíritus audaces del entorno de Thomas
Cromwell, que subvirtieron la doctrina de la jerarquía social,
predicando la igualdad entre los hombres y defendiendo una carrera
abierta a las personas de talento, idea puesta en práctica por el
círculo de Oliverio Cromwell, 89
o Sprat, que en su History of Royal
Society declaró que “el tráfico y
el comercio elevaron a la humanidad más que cualquier título de
nobleza”.90
Muchos de los que gravitaron en el mundo de las ideas de su tiempo
tenían orígenes humildes como Sir Thomas Smith, hijo de un ganadero
protestante,91
como el mercader Thomas Mun, o como Garrard Winstanley, que compartía
ideas con W. Petty y con Harrington. 92
La tolerancia religiosa veneciana, su nobleza dedicada a los
negocios, su influencia científica, así como la reflexión política
de los hugonotes franceses (D´Aubigné), y de los protestantes de
los Países Bajos, aportaron elementos imponderables…93
Por
último, una parte de los trabajos de Ch.
Hill, tal vez los más atractivos, están dedicados a
“aquellos episodios e ideas de la revolución
inglesa que desde un determinado punto de vista son secundarios, de
las tentativas por parte de diversos grupos del pueblo llano por
imponer sus propias soluciones a los problemas de su tiempo, en
oposición a los deseos de sus superiores, que los habían convocado
a la acción política”.94
Los
niveladores, los cavadores, los seeckers,
los ranters,
los hombres de la Quinta Monarquía, integraron movimientos sociales
y religiosos – políticos en esa época – que constituyeron una
alternativa no victoriosa a la revolución burguesa.95
Si
la burguesía y el pueblo llano son
los actores de las principales obras de Ch. Hill, la “multitud”
es la protagonista de las de George Rudé96,
pero aquella que “los sociólogos han denominado la “turba
agresiva” o el “estallido hostil”, es decir las que están
implicadas en actividades tales como huelgas, revueltas, rebeliones,
insurrecciones y revoluciones, dentro del lapso comprendido entre
1730 y 1850 – años de transición en a la nueva sociedad
“industrial” – en la historia inglesa y francesa.97
Diferencia los disturbios de la sociedad industrial – huelgas, y
otras disputas laborales o reuniones públicas masivas y
manifestaciones dirigidas por organizaciones políticas – cuyos
objetivos tienden a estar bien definidos y a ser suficientemente
racionales, y cuyos participantes son preferentemente trabajadores
asalariados u obreros industriales, de los “estallidos” de la
era preindustrial. El modo típico de protesta social de esta forma
transicional –que él prefiere llamar “preindustrial”- es la
revuelta del hambre y no la huelga del futuro, ni el movimiento
milenarista o la jacquerie
campesina del pasado. Sus participantes son a veces campesinos, pero
más a menudo se trata de lo que en Inglaterra llaman lower
orders o clases inferiores y en Francia
menu peuple
y en 1790 sans-culottes98.
Turba o populacho para los
historiadores conservadores como Burke o Taine, y “pueblo” para
Michelet, en ambos casos se trata de estereotipos que presentan a la
muchedumbre como una abstracción. Se trata de hombres que componen
bandas errantes “inflamados tanto por el recuerdo de derechos
consuetudinarios o la nostalgia de pasadas utopías como por
aflicciones actuales o por esperanzas de progreso material”, que
practican “una ruda pero eficaz “justicia natural” rompiendo
vidrios, destruyendo maquinarias, asaltando mercados, quemando
efigies de sus enemigos del momento, incendiando parvas de heno y
“echando abajo” sus casas, granjas, cercos, molinos o tabernas,
pero rara vez cobrándose alguna vida”. Estas revueltas – que se
transforman a veces en rebeliones o revoluciones están animadas por
lo que más adelante llamaría E. P. Thompson, la economía
moral de la multitud.99
La
muchedumbre no es un mero conjunto de individuos para G. Rudé - que
extrae instrumentos de la sociología funcionalista que abreva en a
Marx y Weber100-
y tampoco es irracional, voluble y destructiva como afirmaba la
psicología social. Para comprenderla propone una metodología cuyo
primer paso será colocar el hecho tratado en su adecuado contexto
histórico, en segundo lugar, establecer las coordenadas del
fenómeno: su magnitud, las características de su actuación,
individualizar a sus promotores, sus participantes y sus conductores.
En tercer lugar se deberá determinar sus blancos para iluminar los
objetivos sociales y políticos, los motivos e ideas subyacentes de
quienes adhirieron a él, en cuarto lugar, indagar acerca de la
eficacia de las fuerzas represivas, las de la ley y el orden – y
por último preguntarnos acerca de su significación histórica. Este
programa, guiado por un interés pionero acerca de los
de abajo fue ampliamente cumplido en
sus obras.
A
las fuentes tradicionales, Rudé sumó un análisis cuantitativo
detallado, elaboraciones teóricas, comparación de procesos y se
preocupó por la identificación ideológica de los seres humanos
singulares que actuaron, en las revueltas provinciales y rurales
inglesas y francesas del siglo XVIII, las revueltas urbanas, y los
disturbios industriales, la muchedumbre de la Revolución Francesa de
1789 y la de 1848, los movimientos rurales ingleses de comienzos del
siglo XIX y el cartismo. La revolución de 1848 es para él, el
momento-gozne que concluye el período dominado por la multitud que
reacciona espontáneamente y que mira hacia el pasado, al de las que
avanzan hacia la protesta social moderna101.
Pero
ha sido en particular el historiador E. P.
Thompson quien intentó llevar dinamismo al análisis de la lucha
de clases, preocupado por el
determinismo económico dominante en algunos estudios sociales102
y quien logró, junto con Hobsbawm, mayor repercusión. Al explicar
la elección del título de su libro, Thompson afirma
“Formación,
porque es el estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción
como al condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a
una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación”.
Thompson escribió la historia de una clase – no
clases trabajadoras,
de connotaciones descriptivas - como fenómeno histórico.
“No
veo la clase como una “estructura”, ni
siquiera como una “categoría”, sino como algo que tiene lugar de
hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones
humanas”.
La
clase es una relación histórica,
vale decir, el producto proteico de una relación real, que cobra
existencia
“cuando algunos hombres, de resultas de sus
experiencias comunes…sienten y articulan
la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y
frente a otros hombres cuyos intereses son distintos (y habitualmente
opuestos a) los suyos”103.
En
otras palabras, la clase es una formación social y cultural,
integrada por los propios individuos y sus experiencias, concepción
que se separa netamente del determinismo economicista que el marxismo
ortodoxo sostenía, y del estructuralismo, para el cual los
individuos como agentes activos de los movimientos sociales
desaparecen en el seno de las estructuras de las que forman parte,
incluso sin saberlo104.
Uno
de los objetivos expresos de La
formación…fue el de combatir una
excesiva esquematización de la conformación de la clase obrera,
hasta reducirla a la ecuación
“energía
de vapor + sistema industrial= clase obrera.
Cierta clase de materias primas, como la “afluencia de los
campesinos a las fábricas”, se elaboraban para producir una cierta
cantidad de proletarios con conciencia de clase. Yo polemizaba contra
esta noción para mostrar que existía una conciencia plebeya
reflejada en nuevas experiencias de existencia social, las cuales
eran manipuladas en forma cultural por la gente, dando origen a una
conciencia transformada. En este sentido, las cuestiones que se
planteaban y parte del bagaje teórico que se utilizaba para
responderlas, surgieron de este preciso momento ideológico”105
“sólo
pueden estudiarse mientras se resuelven por sí mismos a lo largo de
un período histórico considerable”107.
La
formación de la clase obrera entre 1790 y 1830
“se
revela en el desarrollo de la conciencia de
clase; la conciencia de una identidad de intereses a la vez entre
todos esos grupos diversos de población trabajadora y contra los
intereses de otras clases”.
y
también
La
experiencia es
para E.P. Thompson la categoría analítica fundamental en el
tratamiento de la acción humana, que hace posible que la estructura
se transmute en proceso y permite que el sujeto vuelva a ingresar en
la historia.109
Tanto
Tradición, revuelta y conciencia de
clase110
como Costumbres en común111
giraron en torno al tema de la cultura plebeya, campo de conformación
de la identidad de las clases subalternas, de la costumbre,
legitimadora de una economía moral defendida en confrontación con
los grupos sociales que intentaban trastrocar sus normas. Esa cultura
plebeya les permitiría resistir la hegemonía cultural de las clases
dominantes, desafiándolas en el comportamiento cotidiano, en el
conflicto y en el campo simbólico, con amplia y expresa recurrencia
a la guerra simbólica.112
Su
obra estuvo y está sujeta a fuertes críticas, pero fundó una línea
investigativa acerca de la cultura de sectores populares que tuvo una
amplia repercusión internacional.
La
producción historiográfica de Eric
Hobsbawm abarca un espectro muy amplio de la problemática histórica
de los siglos modernos y contemporáneos.113
Ha sido uno de los cultivadores de la perspectiva de la historia
desde abajo como central y a través de
ella ha abierto nuevas áreas de estudio como la de los rebeldes
primitivos - con una
reconceptualización de lo político - de la historia de la clase
obrera y de los conflictos rurales, no detectados hasta sus trabajos.
Enfocó la historia del trabajo como historia de la clase obrera, no
limitada a los trabajadores organizados y a sus organizaciones y
líderes, sino guiada por las experiencias de las clases
trabajadoras.114
En
“The Machine Breackers”115
rechaza la interpretación del movimiento ludista como una reacción
irracional frente a la miseria para identificar la destrucción de
las máquinas y el amotinamiento con los términos modernos de
sabotaje y acción directa, así como las acciones de los
destructores, en el análisis de la lucha de clases, demostrando que
el estrago, aunque no proporcionó la victoria, no era un arma
completamente ineficaz.
“Hay
por lo menos dos tipos de destrucción de máquinas, bastante
diferentes de la destrucción ocasional en los motines normales
contra las alzas de los precios o por otras causas de descontento,
(…). El primer tipo no supone una hostilidad hacia las máquinas
como tales, sino que constituye, en determinadas condiciones, un
medio normal de presión sobre los patronos. Como se ha señalado
correctamente, los luditas de Nottinghamshire, Leicestershire y
Derbyshire “utilizaban los ataques contra la maquinaria, (…),
como un medio para obtener de sus patronos unas concesiones con
respecto a salarios y otros asuntos”. Este tipo de destrucción fue
un aspecto tradicional y reconocido del conflicto industrial en el
período del sistema doméstico y manufacturero, y en las primeras
etapas de la fábrica y de la mina.”
……………………………………………………………………………………………
Ahora
debemos examinar la segunda clase de destrucción, considerada como
la expresión de la hostilidad de la clase obrera hacia las nuevas
máquinas introducidas por la revolución industrial,
sobre todo hacia las que permitían ahorrar trabajo. Por supuesto, no
cabe duda acerca del enorme sentimiento de oposición contra las
nuevas máquinas; un sentimiento bien fundado, según la opinión de
una autoridad tan grande como la de Ricardo. Sin embargo, cabe hacer
tres observaciones. Primero, esta hostilidad no fue tan
indiscriminada ni tan específica como a menudo se ha supuesto.
Segundo, con excepciones locales o de distrito, en la práctica esa
hostilidad resultó sorprendentemente débil. Por último, de ninguna
manera se limitaba a los trabajadores, sino que era compartida por la
gran masa de la opinión pública, incluidos muchos industriales.”
116
Abrió
un campo nuevo en la historia de los movimientos sociales. Si bien
sus libros acerca de los Rebeldes primitivos117
y los Bandidos118
debería considerarse aquí en términos
cronológicos estrictos, por tratarse de movimientos “arcaicos”
tratan de supervivencias mal adaptadas de formas de vida propias del
Antiguo Régimen que fracasan con el avance del capitalismo y por
ello tienen interés para los modernistas. En el primero estudió lo
que Antonio Gramsci llamaba “movimientos apolíticos de protesta”119.
Con la excepción de las hermandades rituales del tipo carbonario,
todos los fenómenos estudiados
“pertenecen
al universo de los que no escriben ni leen
muchos libros – muchas veces por ser analfabetos - ; que muy pocas
veces son conocidos por sus nombres, excepto de sus amigos, y en este
caso suelen serlo tan sólo por su apodo; hombres, en fin, que
generalmente no saben expresarse y a los que pocas veces se entiende,
aun cuando son ellos quienes hablan”.
Se
trata de gentes prepolíticas,
que no han dado
“con
un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes
al mundo.”
Pese
a ello,
“cuando
se les compara con los (movimientos) que llamamos modernos, ni
carecen de importancia ni son marginales”.
Sus
protagonistas son hombres y mujeres que no han nacido en el mundo del
capitalismo, que
“llegan
a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo que
resulta todavía más catastrófico, les
llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia, por el
operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no
tienen control alguno”
Otras, mediante la conquista, revoluciones y
cambios fundamentales en el sistema imperante cuyas consecuencias no
alcanzan a comprender aunque las hayan impulsado. Su problema
Esta
afirmación es una nota común en las obras de los historiadores
ingleses contemplados aquí: el interés
por los vencidos en los procesos transicionales. Hobsbawm no cree en
la existencia de una crisis de la ciencia histórica, sino en cierta
manera de hacer historia. Esa parece ser una postura corriente entre
los historiadores ingleses.
La
Social History norteamericana
Existe
una tercera corriente en la historia social, cuyo exponente más
visible en la historia moderna es la historiadora norteamericana
Natalie Zemon Davis.121
Esta autora caracterizaría a su práctica como nueva
historia social que fragmenta la clase
con los grupos
– categorías de edad, género, linaje, patrocinio, raza, religión
– indaga sobre su formación
y su relación
con aquélla, interpreta las relaciones
como procesos simultáneos y sistémicos
(de dominación/resistencia, de rivalidad/complicidad, de poder y de
intimidad) y las describe como redes
de intercambio de bienes, ideas e influencia122.
Los
acontecimientos
tienen un lugar en esta historia social, ya sea
“porque
ejemplifican cómo lo estipulado y lo contingente se entrelazan en la
historia”
ya sea
“porque
muestran el ensamblaje de las partes, la manera en que los criterios
culturales acaban modelando los procesos sociales”.
Los factores variables que le interesan
“…son la mayor parte de las veces culturales:
los medios de transmisión y recepción, las formas de percepción,
la estructura de los relatos, los rituales u otras actividades
simbólicas y la producción de los mismos”
No
requieren un tratamiento cuantitativo, sino una lectura,
una traducción
o una interpretación,
que cobra sentido a través del análisis etnológico123.
Como
E. P. Thompson explora las formas de comportamiento colectivo y los
rituales de violencia de los grupos urbanos con el fin de explicar la
racionalidad que las subyace. En el caso de Zemon Davis, al
compromiso político debe agregarse sus creencias personales, que la
llevaron a interesarse por el estudio social de la Reforma en las
ciudades francesas en el siglo XVI. Desde el comienzo se apartó de
las corrientes marxistas de los años 50, por su interés en
relacionar las creencias religiosas con los movimientos políticos
coetáneos y con la extracción de clase de los protagonistas. Pero
desde la década del 70 se orientó hacia la antropología social y
cultural. Así compuso los diversos trabajos que integran Les
cultures du peuple: rituels, savoir et resistance au XVIe siècle124
planteando el estudio de la sociedad y de la cultura de Francia en
los comienzos de la Edad Moderna con un método común: el de
construir una historia desde abajo,
de la sociedad campesina y urbana –especialmente la de los grupos
más humildes – a través de sus expresiones culturales,
interpretando sus formas de vida y de asociación, como recursos y
modos por medio de los cuales se relacionaban con el mundo que los
contenía. Las fuentes que emplea - como las que utiliza E. P.
Thompson, con quien mantiene intereses paralelos125
acerca de la interpretación de las representaciones ritualizadas de
la cultura plebeya -
son mucho más variadas que las empleadas por los estudios
cuantitativistas en boga hasta los años 60. Se trata de registros
penales y judiciales, listas de beneficencia, contratos notariales,
listas militares y de hacienda, pues
“algunas
formas de vida en asociación y de comportamiento colectivo
son instrumentos culturales en vez de simples elementos de la
historia de la Reforma o de la centralización política”, pues “un
rito iniciático de oficiales artesanos, una organización festiva
pueblerina, una reunión no protocolaria de mujeres con motivo de un
parto, o de hombres y mujeres para contarse historias, o un alboroto
callejero podían “leerse” de forma tan provechosa como un
dietario, un opúsculo político, un sermón o un conjunto de
leyes126”.
También como Thompson, se interesa por las
historias particulares, por el rescate de las “vidas de personas”127
en coincidencia con el regreso de la narrativa – y con novedades
metodológicas como las que implica la microhistoria, que atiende a
los contenidos y formas de expresión de la política popular128
- y del acontecimiento, así como de la historia política129
que, ampliada y comprehensiva desde los años 80, requirió también
el concurso de una historia textual y del lenguaje, para la
exploración del vocabulario y del universo de ideas y
representaciones, de la memoria de los rebeldes130.
Esta
corriente ha favorecido también un interés renovado por las
expresiones culturales y simbólicas de las clases subalternas y su
papel en los mecanismos de creación de identidades colectivas.
El estudio de los movimientos sociales en los últimos años
No
parecen abundar nuevos intentos de análisis
sociológicos los movimientos sociales por parte de los
historiadores modernistas del tipo de los que se realizaban en
Francia hasta los años 70.
La
tendencia general en el tratamiento de los movimientos sociales por
parte de historiadores parecen seguir las sendas de E.P. Thompson y
de Natalie Zemon Davis, en cuanto a que parece verse en la
conformación de la monarquía centralizada de los siglos XVI y XVII,
el mayor núcleo conflictivo que provoca una multifacética y
variopinta diversidad de movimientos sociales, populares o no.
Sin
embargo el estudio de los movimientos sociales de los tiempos
contemporáneos ha cobrado inusitada amplitud. Los
movimientos de la década del 70 favorecieron una crítica
metodológica que aprovecharon sobre todo los historiadores marxistas
ingleses, pues fueron capaces de superar las identidades
tradicionales de clase para reconocer otras formas de agrupación y
redes de relaciones por las cuales los individuos se reconocen como
miembros de una colectividad.
1
En esta reseña del estudio de los movimientos sociales en los
últimos treinta años – aunque excedemos a veces ese límite
cronológico- nos fue preciso limitar la cantidad de historiadores
cuyas obras recordamos por razones de espacio y de temáticas,
motivo por el cual sabemos de antemano que se le podrán achacar
importantes omisiones.
2
Francois Simiand, “Méthode historique et science sociale”,
Revue de synthèse historique, 1903, apud Jacques
Revel, ob. cit., ob. cit., p. 43 y nota 4.
3
Jacques Revel, ob. cit., ob. cit., p. 43. Pero no es su único
componente. Santos Julia, en Historia/Sociología histórica,
Siglo XXI de España Eds. S.A., Madrid, 1989, p. 4-9, establece la
influencia del magisterio de Paul Vidal de la Blache y sus Annales
de Géographie.
4
La Méditerranée et le monde méditerranéen a l´époque de
Philippe II, 1949 [Traducción española, El Mediterráneo y
el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vol., F. C.
E., México, 1953, por la que se citará]
5
Es en los ritmos lentos de la segunda parte de El Mediterráneo…
[Prólogo a la edición francesa p. XVIII] –entre la inmovilidad
geológica del tiempo geográfico y el tiempo individual, tiempo
corto del acontecimiento y de los hombres- que Braudel entiende
hacer “una historia social…historia de los grupos y de las
agrupaciones”, de las estructuras, de los destinos colectivos…,
en una palabra, de los movimientos de conjunto”.
6
F. Braudel, “Histoire et sciences sociales. La longue durée”,
traducción de E. Ripoll Perelló en M. Aymard, “Estructuras”,
Diccionario Akal de ciencias históricas, dirigido por A.
Burguière. También reitera la idea en El
Mediterráneo…, II, “Conclusiones”,
p. 545: “Cuando pienso en el
individuo, me inclino siempre a verlo aprisionado en un destino
sobre el que poco puede hacer”. Una
matización y relativización de esas críticas en Peter Burke, The
French Historical Revolution. The Annales School, 1929-1989,
1990 [Traducción española: La
Revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales:
1929-1989, Gedisa editorial,
Barcelona, 1994, pp. 43-47] y Harvey J. Kaye, The
British Marxist Historians, Polito
Press-Basil Blackwell, Oxford, 1984
[Traducción española:Los
historiadores marxistas británicos,
Universidad de Zaragoza, 1989, pp. 203-204]. Mientras P. Burke
cuestiona la crítica acerca de la ausencia de los hombres en El
Mediterráneo…, entre otras cosas
recuerda la manera en que realiza penetrantes retratos individuales
en la tercera parte de su obra, acepta la presencia de cierto
determinismo. Por su parte, H. Kaye relaciona el concepto de
mentalidad
con la exclusión de las relaciones humanas de los acontecimientos,
la conciencia, la acción y la política, como firme obstáculo para
hacer historia desde abajo, recuerda
sin embargo que las experiencias de los campesinos y otros grupos de
trabajadores son las actividades humanas más importantes en el
libro.
7
El término estructura tuvo un sentido fuertemente polisémico
y en variados campos de las ciencias sociales. Ver un ejemplo de su
aplicación por Braudel en la nota 4.
8
Roger Chartier, “Le temps des doutes”, suplemento especial “Pour
comprendre l´Histoire”, Le Monde, 18 marzo 1993, p. VI,
apud Elena Hernández Sandoica, Los caminos de la
historia. Cuestiones de historiografía y método, Síntesis,
Madrid, 1995, p. 53 y p. 69, nota 109
9
Particularmente en Civilisation matérielle et capitalismo
(1979) [Versión española: Civilización material, economía y
capitalismo. S. XV-XVIII, Madrid, Alianza, 1984]. Se lo acusó
por ello de oportunismo. Sobre las convergencias y divergencias con
el marxismo, ver Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Convergencias y
divergencias entre los Annales de 1929 a 1968 y el marxismo.
Ensayo de balance global”, Historia Social, nº 16,
primavera-verano 1993, pp. 115-141.
10
P. Burke, ob. cit.,
pp. 57-60; S. Julia, ob. cit.,
pp. 13-21, en su relación con la nueva
historia económica.
11
La historia económica hecha por historiadores cuyo objetivo más
allá de la economía era la sociedad, creció en la década de los
años 30. Fue el gran momento de la historia de los precios, sin
mayores preocupaciones acerca de modelos teóricos pero sí por el
hallazgo de archivos que guardaran suficientes datos para construir
largas series, aunque utilizaran conceptos de la economía política.
La historia económica se preocupa por las fluctuaciones de precios
entre los siglos XVI y XIX, como la hace François Simiand, E. J.
Hamilton en American Treasure and the Price Revolution,
1501-1650, Octagon Books, New York, 1934 [Traducción española:
El tesoro americano y la revolución de los precios en España,
1501-1650, Ariel, Barcelona, 1975]. Pero permitiría la
formulación de programas como el de L´histoire des prix et des
salaires en Flandre et au Bravant du XIVe au XIXe siècles, dirigido
por Ch. Verlinden (1959-1973), los trabajos de Huguette y Pierre
Chaunu sobre la navegación atlántica en su Seville et
l´Atlantique, los de demografía histórica de Pierre Goubert y
de Louis Henry, entre otros. Ver F. Furet, “Lo cuantitativo en
historia” en J. Le Goff y P. Nora (comps.), Hacer la historia,
Barcelona, 1978, vol. 2, p. 56, F. Mendels, “Cuantitativa
(Historia)” Diccionario…. Sobre el desarrollo de la
demografía aplicada a los estudios históricos, ver Burke, ob.
cit. p. 60; J. Dupâquier, “Demografía histórica”,
Diccionario…. El movimiento no fue solo francés.
12
Alumno de Georges Lefebvre, fue autor de obras
pioneras que asumían una perspectiva desde
abajo, como Les
Paysans du Nord (París, 1924) y Le
grande peur de 1798; les foules révolutionnaires (Armand
Colin, 1988) [Edición castellana, El
gran pánico de 1789. La Revolución Francesa y los campesinos,
Barcelona, 1986].
13
Les Paysans du Languedoc París,
1976. Le Roy Ladurie había sido un defensor de la sustitución del
acontecimiento por la serie. En Faire l´histoire, dirigida
por Jacques Le Goff y Pierre Nora, afirmaría que “sin
cuantificación no hay historia cientifica” (Ver Julián Casanova,
La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona,
1988, p. 57).
14
Una edición abreviada fue publicada por Flammarion, París, en 1972
[Traducción castellana de esta última: Los levantamientos
populares en Francia en el siglo XVII, Siglo XXI Editores,
Madrid, 1978], p. 241. La fecha de la traducción francesa es
sintomática en cuanto a la polémica que se desarrollaría entre
Labrousse y Mousnier.
15
B. Porschnev, “Prefacio” ob. cit., p. 2-3.
16
B. Porschnev, “Prefacio” ob. cit., p. 21
18
Roland Mousnier, Fureurs paysannes- Les paysans dans les
révoltes du XVIIe siècle (France Russie, Chine), Calmann-Lévy,
París, 1967 [Traducción castellana, Furores campesinos. Los
campesinos en las revueltas del siglo XVII (Francia Rusia, China),
Siglo XXI de España editores, colección “Historia de los
Movimientos Sociales”, Madrid, 1976]. Aludido por B. Porshnev [ob.
cit., p. 26-27] como uno de los representantes de la
historiografía burguesa de la Fronda, va a polemizar con sus puntos
de vista.
19
Roland Mousnier, ob. cit.,
p. 7-10. Expresa una propuesta de trabajo
implícita en la colección Les grandes
vagues revolutionnaires, de la cual
formó parte originariamente su volumen: “Las revueltas se
encienden por toda la tierra y debería ser una empresa colectiva de
historiadores de todos los países investigar las características
de dicho movimiento.”
20
Se referirá a las rebeliones de los croquants, los Nu-Pieds y de
la Baja Bretaña, los disturbios rusos del primer Dimitri, de
Bolotnikov y de Stenka Razin, y a dos chinas contra los Ming.
21
P. Burke, ob. cit., p.
63. En Sociology and History, 1980
[Traducción al portugués: Sociología
e História, Edicoes Afrontamento, pp.
60-61], contrasta las posiciones marxista de Porshnev y weberiana de
E. Mousnier, quien también empleó la teoría sociológica
funcionalista-estructural de la acción social, privilegiando los
aspectos estáticos de las sociedades sobre los dinámicos.
25
Roland Mousnier, ob. cit.,
p. 47. Objetada la existencia de “clases”,
también se objeta que “la explotación ilimitada de la mano de
obra campesina” sea “la esencia objetiva del Estado absoluto”,
es decir, su función. [Idem,
p. 280]. Se trata aquí de una refutación a las afirmaciones de
Porshnev, que se citan de modo casi textual. Ver B. Porshnev, ob.
cit., “Prefacio” p. 31.
27
Roland Mousnier, ob. cit.,
p. 289. Esa habría sido también la causa principal de las
rebeliones rusas [Idem,
p. 290] en tanto que un Estado debilitado habría permitido en China
que se acentuaran los conflictos entre órdenes [Idem,
p. 291]
28
Jean-Claude Perrot, “Préface”, en Hugues
Neveux, Les révoltes paysannes en Europe, XIVe-XVIIe siècle,
ALBIN MICHEL, París, 1995, p. 30.
29
Ver Y. Lequin, “Social (Historia)”, en Diccionario… En
tanto P. Vilar definía la burguesía por la sola propiedad de los
medios de producción y la explotación libre del trabajo
asalariado, E. Labrousse afirmaba la existencia de una burguesía de
talentos de uso público y privado, M. Vovelle atendía a la
prueba de inter-matrimonio para descubrir los límites o la apertura
de una clase social, L. Bergeron describe la complejidad del mundo
de los capitalistas…
30
La Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521),
tesis doctoral del autor, editada en francés en 1970 y traducida al
castellano y editada por Siglo XXI, Madrid, 1977
31
J. Pérez, ob. cit., pp. 682-683 y nota 2, donde manifiesta
su intención de seguir las advertencias de Pierre Vilar en cuanto a
distinguir entre conflictos de intereses y conflictos de clase. Ello
no obstante, Pérez es deudor de J.A. Maravall en cuanto al enfoque
político de la rebelión, como movimiento precoz y progresivo.
32
Cambridge University Press, 1963 [Traducción
española: La rebelión de los
catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640),
Siglo XXI de España Editores, S. A., Madrid, 1977, por la que se
citará]. En el “Prefacio”, Elliott hace presente su
agradecimiento a Pierre Vilar por haberle prestado “el manuscrito
de su gran libro La Catalogne dans
l´Espagne moderne” (p. 1), así
como expresa su satisfacción de haber coincidido en Barcelona con
un reducido grupo de jóvenes historiadores, que bajo la dirección
de Vicens Vives estaba estudiando un problema similar al que se
proponía como tema de investigación (p. 2).
35
Roger Chartier, “Las líneas de la historia social”, Historia
Social, nº 17, otoño de 1993, pp. 155-157. Para este autor, la
concepción de lo social “No se puede limitar a la clasificación
socioprofesional (como pensaba Labrousse) ni a la escala de
prestigio y honor adjunto diversos estados y condiciones (como
pensaba Mousnier). Otros principios de diferenciación plenamente
sociales son, por ejemplo, las pertenencias sexuales,
generacionales, territoriales, las adhesiones religiosas, las
tradiciones educativas, las costumbres de oficio. Estas afirmaciones
han obligado a los historiadores a reconocer que los individuos, los
grupos, las sociedades deben ser estudiados desde las
representaciones y desde el análisis de las posiciones objetivas.
36
Aunque no para la generalidad de los
historiadores, ya que se constituyó una nueva historia económica
que se independizaría de la historia social. No obstante, nuevos
trabajos, que ligaban estrechamente conflictos sociales y
fluctuaciones económicas se publicaron. Un ejemplo de ello es el de
José Miguel Palop Ramos, Hambre y
lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (Siglo
XVIII), Siglo XXI de España
Editores, Madrid, 1977.
37
Jacques Revel, ob. cit., ob. cit.,
p. 44. Jean-Claude Perrot, ob. cit., en Hugues Neveux,
ob.cit. , pp. 11-12, informa de cierta
pérdida de fe en la cuantificación de los eventos medievales o
tempranomodernos por la excesiva rareza de la información, a pesar
del afinamiento metodológico que se produce a través de los
trabajos de la revista Histoire et
mesure, que permitió establecer a
pesar de todo algún intervalo de confianza. Pero anota que “Les
preplexités actuelles sont bien plus radicales; elles concernent la
nature des phénomènes observés”.
38
O. Zunz, “Introduction”, en O. Zunz (comp.), Relivind
the past. The worlds of social
history, Chapell Hill, 1985, p. 4,
apud Santos Juliá, Historia social/sociología
histórica, Siglo XXI de España Editores, S.A., Madrid, 1989,
p. 23, nota 5: “la historia social se convirtió enseguida en lo
que los historiadores-sociales decidieron escribir”
39
Francois Dosse, L´Histoire en miettes. Des “Annales à la
“nouvelle histoire”, éditions La Découverte, 1987
[Traducción española: La historia en migajas, Edicions
Alfons El Magnànim, Valencia, 1988, p. 163].
40
Julián Casanova, ob. cit., pp. 110-114, llama a interpretar
cada hecho en su contexto, a reconstruir la “historia de la
sociedad”, contra la reducción de la tarea del historiador a una
mera colección de evidencias. Anota como causa de la crisis de la
historia, la del status científico y contenido de la sociología.
Resume también los principales argumentos del artículo del
historiador británico Lawrence Stone, “The revival of narrative:
reflections on a new old history”, Past & Present, nº
85, november 1979, 1) el agotamiento del modelo sociológico
estructural dominante a causa de tres conjuntos de fenómenos: a)
desilusión ante su determinismo económico demográfico, b) su
relegamiento de los factores intelectuales, culturales, religiosos,
psicológicos, y políticos como meramente epidérmicos, c) la
creencia de que la historia social estableció claramente el vínculo
entre cultura y sociedad, pero fracasó el intento de reducirlo a un
esquema único, o de subordinar lo cultural a “las fuerzas
impersonales” de la producción material y del crecimiento
demográfico, d) los factores de la historia tradicional no deben
volver a constituirse en el centro del relato histórico, pero no
tienen por qué ser desechados. Ver también E. Moradiellos,
“Últimas corrientes en historia”, Historia Social, nº
16, 1993, pp. 97-113. El artículo de Stone provocó una
intensa polémica, pues una consecuencia del retorno de la
narrativa, que también postulaba, significaría el alejamiento
entre la historia y las ciencias sociales cuyos análisis fuesen
irreductibles a la narrativa y por consiguiente, la imposibilidad de
la interdisciplinariedad.
41
J.-C. Perrot, ob. cit., en Hugues Neveux, ob.
cit., pp. 19-34, pasa revista a
distintas formas de historia “nacionalista” y de reivindicación
de identidades regionales en Francia y Alemania, que consideran las
revueltas campesinas a través del filtro de preocupaciones que les
fueron ajenas.
42
Perez Zagorin, Rebels and rulers,
1500-1660, Syndicate of the press of
the University of Cambridge, 1982 [Traducción castellana,
Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna, 2 vol., Cátedra,
Madrid, 1982] afirmaba todavía que tres razones impulsaban a
comparar las revoluciones: el deseo de realizarlas, el de
prevenirlas y el de que su “comprensión es una condición
indispensable para un conocimiento y una comprensión completos de
la sociedad”. Sobre esos puntos ver Hugues Neveux, “Qu´
entendre par révoltes paysannes?”, ob. cit., pp. 35-70,
con un registro de las condiciones que a lo largo del tiempo, los
historiadores han exigido para la definición de un determinado
movimiento social como campesino, vale decir, si el movimiento se
define por la composición social de sus participantes, por su
ideología, por sus objetivos, si pueden ser considerados
movimientos campesinos ciertas micro-revueltas y ciertas formas de
resistencia más pacíficas,… Tampoco ha logrado consensos acerca
del concepto de campesino la multiplicación de los estudios de
economía agraria, ya que muchos de ellos partían de una imagen del
campesino del siglo XIX, que se avenía mal con las realidades del
medioevo o de la modernidad.
43
Ver Joaquín Pérez Ledesma, “Cuando lleguen los días de la
cólera” (Movimientos sociales y teoría histórica)”, en M.
Montanari, E. Fernández de Pinedo, M. Dumoulin y otros, Problemas
actuales de la historia, Ediciones de
la Universidad de Salamanca, 1993, pp. 141-188.
45
M. Pérez Ledesma, ob. cit., ob. cit.,
pp. 142 y sig.; José Alvarez Junco, “Aportaciones recientes de
las ciencias sociales al estudio de los movimientos sociales”, en
Carlos Barros editor, Historia a
Debate,3 vol., Santiago de Compostela,
1995, III, p. 102. Para Gianfranco Pasquino, “Movimientos
sociales” en Norberto Bobbio, Nicola Mateucci y Gianfranco
Pasquino, Dizionario di política,
Unione tipografico-editrice torinese, Turín, 1976 [Traducción
castellana, Diccionario de política,
2 vol. Siglo XXI editores, 1983, por la cual se cita], esta línea
reflexiva acerca de los movimientos sociales continúa la de los
clásicos que como Le Bon, Tarde y Ortega y Gasset, que se
preocuparon por la irrupción de las masas en la escena política y
ven en el comportamiento colectivo de la multitud, “una
manifestación de irracionalidad, una ruptura peligrosa del orden
existente, anticipándose a la sociedad de masas”.
46
Observación de Edward P. Thompson , The
Making of the English Working Class,
New Cork, Vintage, 1966, Preface, 1 [Citamos por la traducción
castellana: La formación de la clase
obrera en Inglaterra, Crítica,
Barcelona, 2 vol., 1989, p. XV, nota 1]. El autor hace notar que N.
J. Smelser, ob.cit.,
considera la conciencia de clase y “cualquier cosa que perturbe la
coexistencia armoniosa de grupos que representan diferentes “papeles
sociales” (y que de este modo retrasen el desarrollo económico)
se debe lamentar como un “indicio de perturbación injustificado”.
47
José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 102-103.
“…pronto hubo que reconocer que ni en los protagonistas de los
nuevos movimientos se daban las características de marginación,
desajustes emocionales y anomia a las que recurría el funcionalismo
para interpretarlos (por el contrario, se producían más bien entre
capas sociales privilegiadas, futuras elites en formación), ni los
conflictos estaban motivados por contradicciones de clase o por
“contradicciones secundarias” del capitalismo que a su vez
podrían servir de espoleta para la revolución proletaria, según
se obstinaban en explicar los marxistas.”
48
José Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 103-104. Destaca
este autor la superior formalización teórica del modelo por los
sociólogos en los años 70 y 80, a partir de las obras de Anthony
Oberschall, Social Conflict and Social Movements, Englewood
Cliffs, N.J., Prentice Hall, 1973, y de John McCarthy y Mayer Zald,
The Trend of Social Movements in America: Professionalization and
Resource Mobilization, N.J., General Learning Press, 1973.
Estima que a grandes rasgos, las características comunes de los
movimientos serían: a) el surgimiento de un movimiento social de
protesta no puede explicarse por el mero hecho de que existan
conflictos de intereses o agravios previos, ya que cualquier
relación de poder crea permanentemente este tipo de motivos para la
reivindicación y no por ello estalla la protesta social. Las
movilizaciones requieren que se produzcan cambios en los recursos,
la organización o las oportunidades para la acción colectiva. b)
Los grupos sociales que se movilizan persiguen determinados
objetivos que consideran beneficiosos (en términos materiales o en
términos de su reconocimiento como protagonistas políticos). Pero
suponen costos y riesgos. El cálculo de costos y beneficios implica
toma de decisiones racionales. c) No hay diferencia entre la acción
colectiva institucional y la no institucional. Ambas se basan en
conflictos de intereses, que gracias a su elaboración ideológica y
a su orientación hacia objetivos políticos por parte de las elites
dirigentes se convierten en pugnas por el poder político, en ambos
casos, institucionalizado. Tampoco hay diferencia en la necesidad de
organización.
Pero al aislarse de fenómenos
sociales más globales y llevarse al estricto terreno de lo
político, renuncia a entender el por qué, reduciendo en
exceso la complejidad del fenómeno.
49
Gianfranco Pasquino, en Norberto Bobbio, Nicola Mateucci y
Gianfranco Pasquino, ob. cit., ob.
cit., describe otra línea de
pensamiento que con Marx, Durkheim y Weber veía en los movimientos
colectivos una modalidad de acción social “diversamente inserta e
inserible en la estructura total de su reflexión”, ya indiquen:
a) el paso a formas de solidaridad más complejas, b) la transición
del tradicionalismo al tipo legal-burocrático, c) el pródromo de
la explosión revolucionaria, respectivamente. J. Alvarez
Junco, ob. cit., ob. cit., pp. 107-108, cree que la teoría
de la movilización de los recursos permitiría estudiar los
movimientos sociales contemporáneos desde ángulos que renuncian a
responder acerca del por qué de las movilizaciones pero que
explican el proceso que las hizo posibles. La teoría se vinculaba a
la tradición marxista de la “conciencia de clase”, estudiada
por Edward P. Thompson (The Making of the English Working Class,
New Cork, Vintage, 1966) en el caso del proletariado inglés,
pero que aquel historiador rechazó explícitamente. Ver nota 24
50
El nuevo aprecio por la historia política de la Europa moderna
condujo a los estudios sobre el poder y sus múltiples
manifestaciones en los 90. Ver Xavier Gil Pujol, “La historia
política de la Edad Moderna, hoy: Progresos y minimalismo” y José
Alvarez Junco, ob. cit., ob. cit., p. 108.; Historia a
debate, T. III, pp. 195-208. Una opinión adversa a este
retorno, J. Casanova, ob. cit., p. 114 y sig.
51
Las investigaciones se centraron sobre todo el papel de las elites,
en la necesidad de una dirigencia nobiliaria o burguesa para la
supervivencia de los movimientos rurales o urbanos. Porshnev,
Mousnier y Hill ilustran tres posturas diferentes respecto de ello.
Ya se ha visto la posición de Mousnier al respecto. Para Porshnev,
(ob. cit.,
p 116) la lucha de clases separa a la nobleza de la burguesía, de
los pobres urbanos y del campesinado, pero la lucha antiseñorial
remite por la urgencia de la lucha antifiscal. Vale decir, que se da
una coincidencia de intereses entre gentilhombres y campesinos entre
1643 y 1645, que explican la atenuación de las acciones
antiseñoriales de la guerra campesina de los años 1636 y 1637.
Para Ch. Hill (La revolución
inglesa. 1640,
p. 46) postula un antagonismo semejante, pero más matizado. Fue la
burguesía urbana y rural la que condujo la revolución en alianza
con grupos inferiores del campesinado y de la población urbana.
Pero ante la radicalización de algunos de aquéllos, una vez
logrados sus objetivos, la burguesía se dio por satisfecha
abandonando a sus aliados. En la compilación de J. H. Elliott,
Roland Mousnier, Marc Raeff, J.W. Smit y Lawrence Stone,
historiadores provenientes de distintas tradiciones
historiográficas, reunidos en Preconditions
of Revolution in Early Modern Europe, The
Johns Hopkins Press, 1970 [Traducción española:
Revoluciones y rebeliones de la Europa moderna, Alianza
Universidad, 1984, p. 24-25] la participación de la elite
–neutralidad o apoyo – es una precondición necesaria para el
triunfo de una revuelta o revolución, más allá del “descontento
social” y de la “miseria económica”, que por sí solas no
parecen haber provocado ninguna de las cinco conmociones que se
estudian en el libro. Para E.P.Thompson, (“¿Lucha de clases sin
clases?” en Tradición, revuelta y
consciencia de clase, Crítica, 1984,
pp. 13-61) marxista antiestructuralista, los “plebeyos”
(campesinos, pobres urbanos), no formaban una clase porque no tenían
conciencia de clase y por consiguiente, la solidaridad vertical
prevalecía sobre la solidaridad horizontal. Sin embargo, hubo
rebeliones “plebeyas”, pero siempre sujetas a la hegemonía de
la gentry,
circunstancia de la cual es consciente la plebe.
52
José Alvarez Junco, ob. cit., ob.
cit., 97-111. Si bien el autor se
refiere a movimientos obreros del siglo XIX, sus observaciones
pueden ser el punto de partida para reflexiones cronológicamente
más amplias.
53
Se trata por ejemplo de trabajos como el de Albert Soboul,
Comprender la Revolución francesa, Crítica, Barcelona,
1983. Al referirse a las raíces ilustradas de la Revolución,
comenta las razones por las cuales era inevitable la radicalización
de la lucha: “El reformismo ilustrado no podía dejar de fracasar
porque, lo mismo que el absolutismo ilustrado, no tocaba las
estructuras básicas tradicionales de la economía y de la
sociedad”. Refiriéndose al La civilisation de la Révolution
francaise, t. 1: La crise de l´Ancien Régime [Arthaud,
1970], Francois Furet, en Penser la Révolution francaise
[Pensar la Revolución Francesa, Ed. Petrel, Barcelona,
1980], p. 118, comenta: “Desde las primeras páginas está claro
que todo el siglo es una crisis; que todos los elementos de
análisis, en todos los niveles de la historia, convergen hacia 1789
como si estuviesen aspirados por el coronamiento inevitable que los
funda a posteriori: “La filosofía al articularse
íntimamente en la línea general de la historia, en concordancia
con el movimiento de la economía y la sociedad, ha contribuido a
esta lenta maduración que se transformó bruscamente en revolución
coronando el Siglo de las Luces” (p. 22)”. Su interpretación
del siglo XVIII francés, según Furet, se basa en dos supuestos: 1)
El siglo XVIII se caracteriza por una crisis general del Antiguo
Régimen que ponen en evidencia los indicadores de la evolución a
todo nivel de la realidad histórica, afirmación tautológica y/o
teleológica, 2) Esta crisis es de naturaleza social y debe ser
analizada en términos de conflicto de clases, lo que lo lleva a
compartir la visión de uno de los protagonistas, Sièyes.
54
Mouton, 1966, edición completa; Flammarion, 1969, edición
abreviada.
55
París, 1975 [edición castellana, Montaillou,
aldea occitana de 1294 a 1324, Taurus,
Madrid, 1981]. Emplea las actas inquisitoriales levantadas por
Jacques Fournier, obispo de Poitiers, durante la investigación de
un caso de herejía entre 1318 y 1325.
56
Gallimard, 1979. La investigación se basa en
abundante documentación procedente de archivos municipales.
57
Jacques Le Goff, “Les retours dans l´historiographie française
actuelle”, Historia a debate,
T. III, pp. 157-165 y p. 163
58
Un ejemplo de ello sería la compleja metodología
empleada por Michelle Perrot, Les
ouvriers en grève, France 1871-1890,
para rescatar al individuo. Ver Custodio Velasco, “Premisas
conceptuales y metodológicas de Les
ouvriers en grève, France 1871-1890 de
Michelle Perrot: Contribución al análisis de la sociología
histórica”, Historia a debate,
T. III, pp. 113-120. En el mismo tomo, Xavier Gil Pujol, ob.
cit., ob. cit., p. 198, afirma que “El retroceso de
explicaciones más o menos abstractas o colectivas, funcionalistas o
estructuralistas, aquejadas todas de cierto determinismo y de
despersonalizar los procesos históricos, ha propiciado que la
acción humana recuperara una atención que en cierta medida había
perdido” y califica al hecho de “rehumanización de la
Historia”.
59
Xavier Gil Pujol, ob. cit., ob. cit., p. 198. Hace notar que
este enfoque no excluye el reconocimiento al peso de las acciones
de protagonistas más visibles y prominentes, los políticos en
general.
60
Historia de los remensas en el siglo XV, Barcelona, 1945; El
gran sindicato remensa (1488- 1508). La última etapa del pleito
agrario catalán durante el reinado de Fernando el Católico,
Madrid, 1954.
61
Las comunidades de Castilla, Madrid, Revista de Occidente,
1963.
62
Las comunidades como movimiento antiseñorial, Planeta,
Barcelona, 1973.
63
Pablo Sánchez León, Absolutismo y comunidad. Los orígenes
sociales de la guerra de los comuneros de Castilla, Siglo XXI de
España Editores, Madrid, 1998.
64
P. Sánchez León, ob. cit., p. XIII. El autor realiza
paralelamente a la rigurosa fundamentación metodológica y
epistemológica de su hipótesis, una detallada narración de los
acontecimientos, que considera “tarea irrenunciable si se aspira a
hacer fructífera la reflexión teórica e historiográfica que da
sentido a la investigación.”
65
Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en
Valencia (Siglo XVIII), Siglo XXI de España editores, Madrid,
1977.
66
Recordemos La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid,
CSIC, 1955, ampliada y reeditada bajo el título de Las clases
privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Istmo, Madrid,
1973. La vastedad de su obra y la multiplicidad de sus intereses
obliga a remitir a la bibliografía realizada por A. L. Cortés Peña
en Historia Social, nº 47 (2003), pp. 131-156.
67
Sin embargo, debemos recordar su Alteraciones andaluzas,
Madrid, Narcea, 1973, reeditada por la Junta de Andalucía en 1999.
Su atención a los grupos rebeldes hizo que R. García Cárcel
(“Antonio Domínguez Ortiz, un historiador social”, Historia
Social , nº 47 (2003), pp. 3-8) opinase que en este libro
estaba “más cerca de del Hobsbawm de los Rebeldes primitivos
que de la historiografía de las revueltas de los Hill o
Soboul, en aquel momento tan de moda”
68
“Les mouvements populaires en Andalousie au XVIIe siècle”, en
Mouvements populaires et consciente sociale, Colloque de
la Université de Paris VII-CNRS (1984), CNRS, París, 1985, pp
295-301, “ Repercusiones en Sevilla de los motines de 1766”,
Archivo Hispalesnse, Sevilla, 217 (1988), pp. 3-13, “
Precedentes del bandolerismo andaluz” en El bandolero y su
imagen en el Siglo de Oro. Coloquio internacional celebrado en
Madrid en 1989, U.A.M., Madrid, 1991, pp. 21-29.
69
Ob. cit., passim
70
Revoltes populares contra el poder de l´
Estat, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1992.
71
“Segadors, revolta popular i revolució política”, ob. cit.,
pp. 44-57
72
Fue el historiador francés Georges Lefebvre quien acuñó la
expresión, quien propuso “mirar los acontecimientos desde abajo y
no solo desde arriba, lo que constituye la condición misma de la
historia social”. Ver J.-P. Hirsch, “Lefebvre, Georges,
1874-1959”, Diccionario…
73
La Revolución Francesa;
The Crowd in the History,
New York, John Willey, 1964 [Traducción española: La
multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e
Inglaterra 1730-1848, Siglo XXI
editores, México, 1971]
74
En especial, los trabajos reunidos en Customs
in Common, The Merlin Press. Ltd.,
Londres, 1991 (Traducción castellana: Costumbres
en común, Crítica, Barcelona, 1995,
por la cual se citará). Ver también trabajos mencionados en la
nota 6.
75
Eric Hobsbawm, Primitive Rebels.
Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th
and 20 th Centuries, New York, Norton,
1959 [Edición castellana, Rebeldes
primitivos. Estudio sobre las
formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX,
Crítica, 2001].
76
Entre la abundante historiografía desarrollada en torno a la
microhistoria cabe destacar la bibliografía recopìlada sobre el
tema por Darío G. Barriera, “Hansel y Gretel visitan Turín.
Pistas bibliográficas para desandar la experiencia michohistórica”,
en Ensayos sobre microhistoria, Darío G. Barriera (comp.),
RED UTOPÍA, A.C. jitanjáfora, Mºrelia Editorial Red
2002-Prohistoria, Michoacán, 2002, pp. 263-286.
77
Historia de la vida cotidiana.
78
E.P. Thompson, La formación de la clase obrera, I, p. XIV-XV
y nota .1. Rechaza tanto la cosificación de la clase y la deducción
de la conciencia de clase que debería tener, que permite pasar
fácilmente de ésta a alguna teoría de la sustitución: “el
partido, la secta o el teórico que desvela la conciencia de clase,
no tal y como es, sino como debería ser”, como la negación de su
existencia o la interpretación de la conciencia de clase como
perturbadora de la armonía social, que se deriva de la teoría
sociológica funcionalista de Smelser. Pero sus definiciones
fundamentales acerca de su concepto de clase debe buscarse sobre
todo en “La sociedad inglesa del siglo XVIII ¿Lucha de clases sin
clases?” en traducción castellana: Tradición,
revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la
sociedad preindustrial, Crítica,
Barcelona, 1984, pp. 13-61.
79
Ch. Hill representa una primera generación de historiadores
marxistas ingleses en la que, como anota Harvey J. Kaye, (Los
historiadores marxistas británicos,
Universidad de Zaragoza, 1989, p. 99 y ss.) a la que pertenecieron
también Maurice Dobb (Studies in the
Development of Capitalism, Londres,
1946 [Edición castellana, Estudios
sobre el desarrollo del capitalismo,
Siglo XXI, México, 1985]) y A.L. Morton, (A
People´s History of England, Londres,
1979)].
80
Su primer ensayo importante acerca de ella fue
The English Revolution, 1640,
Londres, 1946 [Traducción castellana, La
revolución inglesa, 1640, Anagrama,
Barcelona, 1978]. En él sostiene la tesis de que la revolución
inglesa de 1640 fue burguesa. El poder feudal de Carlos I, derrocado
violentamente, pasaría a la clase burguesa y permitiría el
desarrollo del capitalismo. La guerra civil fue una guerra de
clases. Provocaría profundos debates entre los marxistas ingleses
por la caracterización del modo de producción en Inglaterra en el
siglo XVI como feudal – concepción que más adelante corregiría
- y la base clasista de la monarquía inglesa. Su estudio se
distinguió de los de otros historiadores por ser una interpretación
social. Si bien ése es su modelo inicial, no cesó de modificarlo,
como resultado de su continuo desarrollo del análisis de la lucha
de clases. Eric Hobsbawm apreció su legado como no determinista
por cuanto no redujo la historia al mero interés económico o a
“intereses de clase”, ni devaluó la política ni la ideología,
que como la historia social de las ideas fue una de sus
preocupaciones primordiales (citado in
extenso por H.J. Kaye, ob.
cit., p. 118). Como declara en “¿Unas
exequias prematuras?” en VV. AA., A
propósito del fin de la historia,
Debats, Valencia, 1994, p. 25-26, modificó profundamente su
expresión desde los años 50, pero no sus convicciones: “Cuando
empecé a escribir sobre la historia inglesa deseaba fervientemente
demostrar que a mediados del siglo XVII había tenido lugar una
transformación revolucionaria; con el tiempo, he abandonado mi
costumbre de utilizar la terminología marxista, que hoy considero
totalmente inadecuada. Blandía entonces los términos “feudal”
y “burguesía” como armas de guerra. Muchos historiadores
ingleses piensan que el término “burguesía” debe reservarse
para referirse a los habitantes de las ciudades. Puesto que la
mayoría de los que se sentaban en la Cámara de los Comunes eran
propietarios rurales, resultaba inútilmente provocador llamarle
burgueses – aunque sus actuaciones se orientaban a lo que iba a
venir en el siglo XVIII, cuando (en palabras de Edgard Thompson) la
agricultura fue “la mayor industria capitalista de Inglaterra”.
Después de mediados de los cincuenta, he sido – espero – más
cuidadoso y menos estridente.
He cambiado, pues,
mi vocabulario pero no creo haberme alejado demasiado de mi
concepción fundamentalmente “marxista” sobre la Inglaterra del
siglo XVII”.
82
Ch. Hill, Revolution to Industrial
Revolution: A Social and Economic History of Britain. 1530-1780,
Harmondsworth, Penguin.
1969 [Traducción castellana: De la
Reforma a la Revolución Industrial. 1530-1780,
Ariel Historia, Barcelona, 1980].
83
Ch. Hill, De la Reforma…,
pp. 60-61. “En la clase media incluyo a la mayoría de los
mercaderes, a los artesanos ricos, a los yeomen
y a los colonos acomodados.” Se diferenciaba de la gentry
y de las oligarquías gobernantes de Londres y las grandes ciudades
por la carencia de privilegios, y de la masa formada por los pobres
rurales y urbanos y los vagabundos, por ser económicamente
independientes
85
CH. Hill, Intellectual Origins of the
English Revolution, Oxford University
Press, 1965 [Traducción castellana, Los
orígenes intelectuales de la revolución inglesa,
Crítica, Barcelona, 1980, Introducción, p. 8]
88
Ch. Hill, De la Reforma…,
pp. 216-237. Las creencias religiosas y su contribución al
desarrollo de las revoluciones inglesas son contempladas en
interacción con lo económico, lo intelectual y lo político. Las
ideas religiosas influyeron en la teoría política acerca del
contrato social. Es preciso ver muchos de
sus artículos no traducidos sobre este aspecto, recopilados en su
libro Puritanism and Revolution:
Studies in Interpretation of the English Revolution of the 17th
Century, Secker and Warburg, Londres,
1958 y
Change and Continuity in Seventeeth
Century England, Londres, Weinfeld and
Nicolson, 1975
94
Ch. Hill, El mundo trastornado…, p.2]
95
Ch. Hill, El mundo trastornado…, pp.
3-4.
96
Sobre la formación académica e ideológica de George Rudé,
admirador de Ch. Hill, de E Hobsbawm y de E.P. Thompson, que se
relacionó también con la tradición historiográfica marxista
francesa de Georges Lefebvre, Albert Soboul y Richard Cobb, ver
Julián Casanova, La historia social y los historiadores,
Crítica, Barcelona, 1988, “Las caras de la multitud: Geoge
Rudé, marxismo e historia”, Historia Social, nº 19,
primavera-verano 1994, pp. 141-143, así como H. Kaye, “George
Rudé, historiador social” en G. Rudé, El rostro de la
multitud [ Título original The face of the crowd. Studies
in revolution, ideology and popular protest, Harvester-Wheatshead,
1988], pp. 15-77
99
George Rudé, La multitud…,
“Introducción”, pp. 14-24. J. Casanova, ob.
cit., p. “Lo que Rudé anticipaba en
1964 era confirmado por E.P. Thompson en 1971…”
100
George Rudé, La multitud…,
nota 9, invoca a R. W. Brown, “Mass Phenomena”, en Handbook
of Social Psicology, 2 vol.,
Cambridge, Mass, 1954, II, pp. 847-58 y N. J. Smelser, Theory
of Collective Behavior.
101
Julián Casanova, Los historiadores…, p. 105, informa que
“las críticas más sólidas [que ha sufrido la obra de Rudé] van
dirigidas a su explicación teórica en torno a los cambios en las
formas de protesta de la multitud a través del tiempo”, la cual
articula dos tipologías estáticas, sin una discusión probada de
las fases intermedia de transición. La existencia de formas de
protesta “preindustrial” bastante más allá del siglo XIX, ha
sido confirmada sin embargo por el análisis de Gareth Stedman
Jones, Outcast London. A study in the relationship between clases
in Victorian society, Penguin Books, Harmondworst, 1984 y como
apunta el propio J. Casanova, ejemplos semejantes se multiplican en
España, Italia o Rusia.
102
The making of the english working
class, Victor Gollancz Ltd., Londres,
1963 [Versión castellana: La formación
de la clase obrera en Inglaterra,
Crítica, Barcelona, 2 vol., 1989. Se citará por esa traducción].
103
La formación…, I, “Prefacio”, pp. XIII-XIV. En su
artículo “Peculiaridades de lo inglés” [originalmente
publicado en Socialist Register Nº 2 (1965), reeditado en
The poverty of Theory and Other Essays, Merlin Press, 1978
[Miseria de la teoría, Crítica, Barcelona, 1981, se
utiliza aquí la traducción castellana de la revista Historia
Social, Nº 18, invierno 1994, pp. 9-60] hace claras críticas a
la forma en que muchos historiadores utilizan el término de clase:
“Miremos la historia como historia – hombres situados en
contextos reales que no han escogido, y teniendo que enfrentar
fuerzas que no pueden desviar, con una inmediatez abrumadora de
relaciones y obligaciones y sólo con una mínima oportunidad de
introducir su propia actuación – y no como un texto para echa
bravatas acerca de-lo-que-podría-haber-sido. Una interpretación
del laborismo británico que lo atribuya todo al fabianismo y a la
falta de intelectuales tiene tan poco valor como una historia de
Rusia, entre 1924 y 1953, que lo atribuya todo a los defectos del
marxismo, o del mismo Stalin. Y una cosa de la que carece (este es
nuestro segundo punto) es de cualquier dimensión sociológica. Esto
se puede ver en la esquemática utilización que hacen nuestros
autores [Perry Anderson, John Nairn] del concepto de clase.
En su presentación de la historia, extraordinariamente
intelectualizada, la clase se reviste con una metáfora
antropomórfica. Las clases tienen atributos de identidad persona,
con voluntad, objetivos conscientes y cualidades morales. Incluso
cuando un conflicto abierto está inactivo se nos hace suponer que
la clase tiene una identidad ideal intacta, que está profundamente
dormida o tiene instintos y demás.
En parte se trata de una
metáfora; que –como vemos en manos de Marx – a veces permite
una magnífica y rápida comprensión de algún modelo histórico.
Pero no debemos olvidar nunca que sigue siendo una descripción
metafórica de un proceso más complejo que acontece sin
volición o identidad”.
En el citado número de Historia
Social, se pueden leer los artículos críticos que entre otros
enfocan la interpretación thompsoniana de clase, de William
H. Sewell, Jr., Ellen Meiksins Wood y Perry Anderson.
104
Su concepción de la historia y de la clase se hace explícita en
Miseria…, p. 145, donde critica la tesis del filósofo
estructuralista Luis Althusser, particularmente su noción de la
historia como “proceso sin sujeto”. Para Thompson, el pensador
napolitano Giambatista Vico había definido la historia como proceso
y comprendió que éste era algo más que la suma de fines e
intenciones individuales. La historia no puede ser concebida como un
producto involuntario “de la suma de una infinidad de voliciones
individuales, entre sí contradictorias, ya que estas “voluntades
individuales” no son átomos desestructurados en colisión, sino
que actúan con, sobre y contra cada una de las “voluntades”
agrupadas: como familias, comunidades, grupos de interés y, sobre
todo, como clases”. El hombre, individualmente, es a la vez objeto
y sujeto del proceso histórico. Cada momento histórico no puede
ser estudiado como algo estático, y analizado al margen de su
propio movimiento. Cada coyuntura constituye un momento del “devenir
de posibilidades alternativas, de fuerzas ascendentes y en declive,
de ideas y acciones contrapuestas” (ibidem, p. 161). La
historia no se halla determinada de antemano, de manera que el
proceso histórico pudo encaminarse en cada uno de esos momentos por
rutas diferentes.
105
Tradición…pp. 295-296
106
De allí que Justo Serna y Anaclet Pons (“De Inglaterra a
Francia”, en La historia cultural. Autores, obras, lugares,
Akal, Madrid, 2005, pp. 31-66) ubiquen a E.P. Thompson, E.
Hobswabm y N. Zemon Davis, en el grupo de historiadores sociales
atentos a las formas de la cultura popular.
107
E.P. Thompson, La formación…, p. XIV. “En los años
que van entre 1780 y 1832, la mayor parte de la población
trabajadora inglesa llegó a sentir identidad de intereses común a
ella misma y frente a sus gobernantes y patronos”. Vale decir,
durante el período de la Revolución industrial y a través de la
lucha de clases.
108
E.P. Thompson, La
formación…I, p. 203. William H.
Sewell, Jr., “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en
torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase
obrera”, Historia Social, nº
18, invierno 1994, pp. 77-100, p. 82. La lucha de clases está
constituida por diversas formas de experiencia de clase: los
movimientos políticos, la organización sindical, los conflictos en
los talleres, las huelgas y los boicots, pero su noción de
experiencia es muchísimo más amplia: “…incluye todo el
conjunto de respuestas subjetivas que los trabajadores dan a su
explotación no sólo en los movimientos de lucha sino en el ámbito
de sus familias y comunidades, en sus actividades recreativas, en
sus prácticas y creencias religiosas, en sus talleres, tejedurías,
etc. Entre la dura realidad de las relaciones productivas y el
descubrimiento de la conciencia de clase se encuentra el vasto,
múltiple y contradictorio reino de la experiencia, no el proceso
puro y unidireccional consistente en aprender la verdad a través de
la lucha postulado por el marxismo clásico”. Sobre las
críticas thompsonianas al mecanicismo, ver Anthony Giddens, “Fuera
del mecanicismo: E.P. Thompson sobre conciencia e historia”, quien
realiza también una ajustada ponderación de los argumentos de
Perry Anderson en la conocida polémica que aquél sostuviera con el
último, en Historia Social, nº 18 invierno 1994, pp.
153-170.
109
E.P. Thompson, Miseria…, William
H. Sewell, Jr., ob. cit., ob. cit.,
p. 78: “Para Thompson, la experiencia
de clase es la que establece la mediación histórica de relaciones
de producción y conciencia de clase, mientras que para el marxismo
clásico es la lucha de
clases.”
110
[Traducción de Tradición, revuelta y
consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad
preindustrial, Crítica, Barcelona,
1984.
111
E.P. Thompson, Customs in Common,
The Merlin Press, Ltd. Londres, 1995
[Traducción castellana: Costumbres en
común, Crítica, Barcelona, 1995, por
la que citaremos].
112
Sobre estas cuestiones, ver E.P. Thompson, “Folclor, antropología
e historia social”, en E.P. Thompson, Historia social y
antropología, Instituto Mora, México, 1994, pp. 55-82. Sobre
este acercamiento a la antropología, Justo Serna y Anaclet Pons,
ob. cit., p. 38-39, recuerdan que en los años 50 se produjo
en Gran Bretaña una aproximación entre historiadores y
antropólogos desde que E. E. Evans Pritchard postulara las
afinidades mutuas y la colaboración que podían prestarse, en tanto
que en Francia, por las mismas fechas, la antropología de Claude
Lévi-Strauss marcaba una distancia infranqueable entre el estudio
sincrónico y estructural de los etnólogos, de un lado, y el relato
del proceso consciente presentado por los historiadores, del otro.
Además, por esa época la etnología británica había constatado
que el salvaje puro e incontaminado era una rareza, circunstancia
que impulsó los Peasant Studies, que también atrajeron a
Hobsbawm.
113
Para una referencia bibliográfica de su producción, ver “La obra
de un historiador: E. J. Hobsbawm”, monográfico de Historia
Social, nº 25, 1996. Sobre su trayectoria en el grupo de
historiadores marxistas ingleses, H.J. Kaye, Los historiadores…,
pp. 123-151. Son especialmente importantes sus
trabajos acerca de la crisis general del siglo XVII y el origen del
capitalismo industrial, su contribución al debate sobre la
transición del feudalismo al capitalismo, sobre el nivel de vida
durante la revolución industrial, sobre el fabianismo, el
significado del ludismo, el enfrentamiento entre sectores
precapitalistas y estructuras capitalistas en proceso de
consolidación, la importancia de la cultura en la definición de
tradiciones de lucha obrera, la tesis de la revolución dual, los
problemas de la contemporaneidad, historiografía y método, la
historia económica y social en general, y los movimientos sociales
modernos y contemporáneos.
114
Labouring Men [traducción castellana: Trabajadores.
Estudios de historia de la clase obrera, Crítica, Barcelona,
1979]
115
“Los destructores de máquinas”, 1952, incluido en Trabajadores…
116
“Los destructores…”, ob. cit., pp. 18-19 y 24.
117
Primitive Rebels, Manchester
University Press, 1963 [traducción castellana, Rebeldes
primitivos, Ariel, Barcelona, 1983].
118
Bandits Traducción castellana,
Bandidos, Ariel, Barcelona, 1976.
119
Sobre la relación de estas investigaciones con la actuación
política de E. Hobsbawm, ver H. Kaye, ob. cit., p. 136.
120
E. Hobsbawm, Rebeldes…, pp. 11-12.
121
Sobre la trayectoria intelectual de N. Zemon Davis y su abandono
progresivo de la interpretación histórica a través de la lucha de
clases por el estudio de otras formas alternativas de organización
social, “otros modos en los que la sociedad se organiza y se
divide”, ver James Amelang, “Sociedad y cultura en la Europa
moderna: La contribución de Natalie Z Davis”, Historia Social,
nº 6 invierno 1990, pp. 161-170. La búsqueda queda reflejada en su
libro Society and Culture in Early Modern France, Stanford
University Press, 1975 [traducción al español bajo el título
Sociedad y Cultura en la Francia Moderna , Crítica,
Barcelona, 1990, con agregado de otros artículos], con un
acercamiento explícito hacia la antropología social y cultural.
Una selección bibliográfíca de sus trabajos puede hallarse en el
citado artículo de J. Amelang.
122
N. Zemon Davis, “Las formas de la historia social”, Historia
Social, 10 (1991), p. 177
124
Publicada bajo el título de Society
and culture in Early Modern France, Stanford,
University Press, Stanford, California, 1965. Sobre
una edición de 1975 se compuso la francesa de 1979, que
citamos, pero la traducción española, ya mencionada, por la cual
citaremos, carece de los capítulos tercero y quinto de la original
–reemplazados por otros - que fueron impresos en la recopilación
de James S. Amelang y Mary Nash, Historia y Género: las mujeres
en la Europa moderna y contemporánea, Edicions Alfons El
Magnànim, Valencia, 1990
125
E.P. Thompson, Customs in Common,
The Merlin Press, Ltd. Londres, 1995
(Traducción castellana: Costumbres en
común, Crítica, Barcelona, 1995, por
la que citaremos). Ver por ejemplo, p. 374, nota 186, donde coincide
parcialmente con interpretaciones de Zemon Davis acerca de los
efectos simbólicos de la inversión de roles y en p. 550, donde
cita “el importante estudio” de aquélla acerca del charivari
y sus diferentes significaciones en ambientes campesinos y urbanos.
También, en Tradición,…passim
127
Por ejemplo, The Return of Martin
Guerre, Cambridge, Ma., 1983)
(traducción castellana, El regreso de Martín Guerre,
Antoni Bosch editor, Barcelona, 1984)
128
James Amelang, ob.cit., ob.cit.,
p. 164-165 y 169, nota 10 hace notar que la obra de N. Zemon Davis,
El regreso…, presenta un caso de
impostura en forma narrativa y con adopción de estrategias del
relato ficcional con un enfoque concentrado. Sus semejanzas con la
microhistoria practicada por Garlo Ginzburg, Edoardo Grendi y
Giovanni Levi, atrajo al primero de los nombrados, que redacta el
epílogo a la traducción italiana del libro. La inclinación de
Zemon Davis por la narrativa histórica fue puesta de manifiesto en
su Fiction in the Archives: Pardon
Tales and their Tellers in Sixteenth-century France, Stanford
University Press, 1987.
129
Xavier Gil Pujol, ob. cit., ob. cit., p. 196. Se trata de una
nueva historia política, una “historia social con la política
restituida”. Sobre otras perspectivas no microhistóricas, de
hacer historia política “desde abajo” o “desde los
márgenes”, ibidem, p. 200, nota 21 y “Centralismo e localismo.
Sobre as relaçoes políticas e culturais entre capital e
territorios nas monarquias europeias dos séculos XVI e XVII”,
Penélope. Fazer e desfazer a Historia, 6 septiembre, 1991,
pp. 119-144.
130
No es posible olvidar en este sentido, la movilización del utillaje
investigativo que provocó el “linguistic turn” de los
historiadores norteamericanos de los 80, a pesar de las
controversias acerca de su valor. Ver G Noiriel, Sur la crise de
l´histoire, París, 1996; Jacques Revel, Jeux d´échelles,
la micro-analyse à l´experiénce, París, 1996.
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